“No cabe decir que será sorpresa cuando llegue el momento culmen de las dificultades de integración”
Debemos ir preparándonos en serio ante la creciente diversidad étnica y cultural que se instala en nuestro país a ritmo progresivo.
Cada año se venían incrementando unos doscientos cincuenta mil nuevos puestos de trabajo estables, lo que unido al relevo generacional disparó las necesidades laborales que no podíamos cubrir con recursos demográficos propios. Nuestra pirámide de población no ha aportado suficientes efectivos para cubrir la demanda. Ya veremos que pasa ahora ante la recesión económica y la caída de la actividad urbanística.
La inmigración laboral que necesitábamos ha dado la disculpa para crear un clima social crispado. Llegan los nuevos pobladores con su bagaje cultural completo bajo el brazo y muchas necesidades. En el vecindario sus hogares despiden exóticos aromas gastronómicos, los atuendos a veces nos chocan, sus respuestas reflejas, la forma de resolver los conflictos, los tics sociales, familiares, educacionales, religiosos, etc., es su acerbo, más o menos pulido, el de sus antepasados.
No nos puede ni debe pillar el toro del futuro dormidos en los laureles, porque no cabe decir que será sorpresa cuando llegue el momento culmen de las dificultades de integración de algunos grupos. Otros países hay que lo ha experimentado antes y debemos aprender de su recorrido para no errar donde ellos lo hicieron. Véase el pésimo ejemplo francés fruto de una deliberada desidia gubernamental, tal vez su “Laissez faire, laissez passer” tradicional. Ahora tienen que rebobinar desde el otro extremo de la cuerda adoptando medidas de choque tan exorbitadas como el abandono anterior.
En nuestra pequeña ciudad y más desértica provincia recibimos con escasa intensidad la llegada de inmigrantes laborales, apenas tienen incidencia en la vida de la comunidad, a duras penas hay trabajo para sobrevivir los que ya estamos, nuestros hijos se van. Pero en las grandes ciudades y en las zonas que han tenido la suerte de ver crecer la riqueza económica y el desarrollo, se están formando bolsas de población que agrupan personas del mismo entorno étnico y cultural. Quiero huir de la palabra gueto porque tiene demasiadas y nefastas consideraciones, ruge en el oído y espanta. En unos casos estas agrupaciones tienen causa en las posibilidades de acceso a una vivienda. Hay zonas de las ciudades donde las viviendas están más degradas y por tanto más baratas. Otras veces estas concentraciones raciales y culturales las ordenan las autoridades, como es el caso de asignación de escolares hijos de inmigrantes laborales a determinados colegios en los que se suman a las minorías étnicas nacionales ya existentes, constituyendo la mayoría del alumnado.
Por supuesto en un entorno demócrata jamás oiremos a nadie confesarse racista, correría el riesgo de lapidación al menos verbal. Pero por curiosidad científica podemos una tarde de verano, sentarnos en un banco de un parque público frecuentado por familias de inmigrantes. Es sintomático, compulsivo, inevitable, el recelo gestual que despliegan los padres y madres de los niños locales. Les cercan, les acorazan, física o mentalmente, con el rabillo del ojo, en tensa vigilancia al juego y a los juguetes, en un recelo de mamífero criando que no descansa. Seguro que si algo pasa o falta habrá que investigar primero al “extraño”.
De una parte les ofrecemos la ropa y los enseres que ya no usamos, en realidad lo íbamos a tirar pero nos dio pena, estaba tan nuevo. Les sonreímos entre recelosos y distantes. Nosotros, los dioses del bienestar y de la opulencia, sabemos decir correctamente y convencidos, que todos somos iguales, ya lo dijo la Constitución, pero ¿Y el sentimiento, el impulso defensivo primario ante lo desconocido? Cuanto más ignorante y cerrado sea un grupo humano más temor tendrá hacia los otros grupos. ¿Somos ignorantes, pues?
En la civilización del logro de los derechos humanos y las doctrinas de la igualdad, el camino de nuestro pensamiento interno (y secreto) ha tenido, tiene un recorrido inverso. No se trata de que los hechos sean reflejo de lo que pensamos sino que tenemos que educar nuestro sentir interno en lo correcto a base de imposiciones, a veces muy dolorosas, porque la intuición nos dice que algo no funciona como debe ser, que no es tan somero, que esconde más peligro, y supone mayor amenaza que lo que a simple vista perece. Periódico CARRIÓN, 2ª Quincena junio 2008. http://elisadocio.com