Macho blanco miedoso

          ¿Qué ocurre en la mente de un racista homófobo, xenófobo, misógino, etc.?  Miedo, puro miedo al diferente, al que nos es como ellos, a quién les crea inquietud, y no quieren incertidumbres ni zozobras, nada ni nadie que les haga peligrar la seguridad en la que viven instalados. Es la reacción territorial, la más primaria y animal, nuestra casa, nuestras cosas, nuestras creencias, nuestras mujeres, nuestros hijos. ¿Reconocen el discurso? Nuestros, nuestras. En la uniformidad reside la claridad, en las disidencias anida el peligro. La falta de empatía, de admitir que el planeta está repleto de seres humanos con peculiaridades propias, seres que son personas con los mismos derechos. Quién odia a los otros es porque los teme, porque los desconoce, por ignorancia o porque necesita de ellos y no lo quiere reconocer. Habría que investigar cuantas empleadas de hogar inmigrantes tienen los voceros xenófobos en sus casas. A la hora de ser servidos no se plantean que su “criada”, su jardinero, el camarero o la cocinera del restaurante tengan costumbres, creencias o idiomas diferentes con tal de que les sirvan bien y sean obedientes y discretos. Las religiones echan su leña al fuego a base de bien. Cruzadas, yihad, guerras santas contra el infiel… Homofobia por el temor a la propia sombra, todo hombre tiene un cromosoma X y un cromosoma Y. Aunque lo niegue en el cadalso ha tenido sus sueños homo en alguna época de su vida. Odian a las mujeres porque las necesitan y no pueden soportar la dependencia de ellas, por eso las degradan y cosifican como una propiedad más hasta el punto de pretender hacer desaparecer la protección legal ante los malos tratos machistas. Se trata de mentes planas, cerradas, que se asientan sobre cerebros reptilianos, es decir, poca inteligencia, mucho miedo y más ignorancia.

Diario Palentino, 12 de septiembre de 2021

Mujeres en la Yihad ¿Voluntarias u obligadas?

0012452606 Las occidentales debemos temer al Islam, solo podemos perder más

            Las impactantes imágenes de mujeres embozadas en sus burkas, y entrenando violentamente con sus rifles de asalto en ristre, introducen una nueva variante de reflexión sobre lo que nos sucederá si el Islam avanza. La pregunta es: ¿lo hacen por propia voluntad, o son obligadas en su marco de sumisión?

            Se dice que algunas son las llamadas “viudas negras”, por sus ansias de venganza al haber perdido algún familiar, hijo, padre o marido. Están dispuestas a inmolarse si con ello consiguen resarcirse y ganar el cielo. Por supuesto, que en ese mundo de esclavitud la sumisión es la primera virtud, las opciones no existen, obedecerán los mandatos sagrados de los jerarcas religiosos. Mujeres instrumentales, una vez más, con poco que perder ya desposeídas de la dignidad humana. El juego sucio de las religiones, cómplices del poder terrenal, siempre fue y será aprovechar la miseria, la desesperanza, el desconsuelo, la falta de autoestima y la impotencia. Bajo promesas de paraísos de cuento doblegan voluntades y calman las iras justicieras. Así, mientras los crédulos ilusos trabajan y se sacrifican para ser felices más allá, se permiten vivir mucho mejor los que dirigen acá.

            Más curiosa es la causa que seduce a las jóvenes occidentes para unirse a tales aberraciones. Carencia de valores en las culturas del ocio y del sumo consumo, falta de ideología por la que luchar. Cada generación quiere reedificar el mundo que recibe. La actual, de los países ricos, lo ha tenido todo menos el deseo de conseguirlo. Ahora no tiene trabajo ni ilusiones. La aventura exótica es una tentación adrenalínica. Oyen hablar de paraísos y de casarse con guapos muyahidines, los príncipes azules de todos los cuentos machistas. Y se lanzan. Cuando las convierten en esclavas sexuales de los soldados vuelven aterrorizadas, violadas y embarazadas, si es que pueden escapar. La adolescencia y la juventud son fácilmente embaucables. Otrora fueron las sectas, o las drogas, o las vocaciones religiosas; caminos de difícil retorno que dejan mella en el cerebro, decisiones inmaduras que se convierten en un calvario vitalicio.

            El cristianismo tuvo su época dorada de morir y matar por Dios, sus cruzadas, su inquisición, su guerra santa. Hoy es puramente ceremonial, su influjo social es escaso. Pero el Islam está en el siglo VII. Ojo, grave peligro.

«Diario Palentino, 22/11/2015»