La ley del embudo en la Iglesia Católica

Dícese de la práctica habitual que con respecto a las mujeres aplican sin rubor las religiones creadas, dirigidas y fomentadas por hombres para tener al ganado silente y recogido dentro de las teleras. Se traduce en «para mí lo ancho y para tí lo estrecho». Pero más veces de las que quisieran llevan el gato en la cesta con las orejas fuera. Sin haber pasado el sofocón de los excesos sexuales degradados del fundador de los Legionarios de Cristo que por poco llega a los altares, ahora la Iglesia Católica tienen que pedir perdón por los muchos casos de pederastía que van apareciendo en diversos lugares de la geografía mundial y que por el aspecto que va tomando el «affaire» no van a acabar tan pronto como fuera el deseo de los purpurados predicadores de  virtuosa castidad.

Recogemos hoy para nuestros lectores una interesante reflexión que en El País plantea Almudena Grandes y titula SINCERIDAD:

«Las altas jerarquías de la Iglesia católica han pedido sinceridad a la sociedad civil. Esa reclamación, vinculada a la petición de que no se juzgue a los pedófilos ensotanados con más severidad que a los laicos, es un argumento más de su imposible defensa frente al escándalo de los abusos sexuales a menores que, por el momento, no inquieta a sus colegas españoles. En todo caso, voy a complacerles.

Sinceramente, desde 1985, cuando una mujer española deseaba interrumpir un embarazo, acudía a una clínica donde era informada de que existían tres supuestos de despenalización. Si, sinceramente, no tenía más motivos para abortar que la voluntad de hacerlo, sólo podía acogerse al tercero, que prevenía daños psíquicos para la madre. La mujer contestaba, sinceramente, que estaba dispuesta a acogerse a un clavo ardiendo si se lo ponían delante. Sinceramente, desde hace 25 años, por este procedimiento se han practicado en España un número incalculable de abortos ilegales, legalizados sin embargo por una ley tan hipócrita como el amparo que la Iglesia católica pretende brindar a sus hijos pedófilos por el procedimiento de pedirnos sinceridad a todos los demás.
La Conferencia Episcopal Española no ignora esto. Ningún ciudadano español lo ignora, y esto incluye a los manifestantes que se han quedado tranquilos en sus casas durante un cuarto de siglo, que se dice pronto, para salir ahora a la calle, a gritar que la ley de plazos «da licencia para matar». Con sus propios argumentos, no entiendo, sinceramente, cómo han podido dormir tranquilos durante tantísimos años. Con los míos, sólo puedo concluir que la campaña de los obispos contra la nueva ley promueve la defensa de la hipocresía, el cinismo y la mentira. Da miedo pensar en lo que serán capaces de hacer cuando la marea de los abusos denunciados llegue hasta España.