Ya no son solamente sospechosos los de ojos oblicuos, ahora lo somos todos, cualquiera que se siente a nuestro lado, nuestros hijos que vuelven a la casa familiar como si de el mejor escudo protector se tratara, el pariente o el amigo que desprecia las instrucciones y minimiza el riesgo porque se aburre en su casa y pregona convencido, yo no estoy contaminado, no pasa nada. Ya todos somos inseguros y nos volvemos suspicaces. Tal vez cuando se pone a prueba la necesidad de solidaridad se ve lo que hay detrás del miedo. Arrasamos los supermercados, acaparamos cantidades ingentes de alimentos, papel, desinfectantes. Los trasteros y las viviendas tienen que estar a rebosar y el que venga detrás que arree. Andamos inquietos porque en el fondo lo que más nos gusta es la seguridad, que no nos toquen lo conocido, lo de siempre, los medios de vida que hemos conquistado, la forma de pensamiento que hemos elaborado, todo lo construido para nuestro confort material, mental, emocional, familiar y social. En cuestión de horas se derrumba lo que dábamos por hecho como conquista inamovible. Quién nos iba a decir a comienzos de año que dos meses después nos íbamos a pelear por unos rollos de papel higiénico. Ahora, el valiente hombre blanco de raza superior es presa del pánico. Esto no me puede estar pasando a mí, debe ser cosa del diablo, qué habré hecho yo para merecer este castigo. No estamos preparados para la incertidumbre ni para improvisar. Pero, además, no somos obedientes ni respetamos las normas. Mala combinación para salir airosos de las circunstancias complicadas. Y, sin embargo, como donde no hay orden se pone solo, el planeta gana; la contaminación se reduce y se puede respirar aire más puro. En las familias, los niños disfrutan más tiempo con sus padres. Muchas cosas cambiarán después de esta experiencia.
Diario Palentino, 14/03/2020