La paranoia del Club Bilderberg

Y después de cincuenta años de su fundación, los ciudadanos de a pie se enteran de que existe un “petit comité” o club privado que se reúne “en secreto” para decidir “en secreto” los destinos del mundo.

Unos cuantos ricachones parece que son escuchados por Jefes de Estado y de Gobierno que además prestan explicaciones a quienes en un alarde de presunción “in extremis” se autodenominan las élites de poder mundial. Que si los Rothschild, que si los Rockefeller, que si el matrimonio de Microsoft, o representantes de las monarquías europeas. Y aunque quiere sonar un poco como a misterio anovelado  a lo Browm, con cierto olor a rancio judéo-masónico, a la vista del espectacular montaje mediático, con superventas de “periodismo de investigación” por el medio, etc., parece más bien una juerga “privé” de poderosos que se reúnen para jugar al Monopoli sobre el mapamundi pero sin piezas ni fichas suficientes.

El camino del poder es como el del agua, se cuela por todas partes, y no toda riqueza trae poder ni viceversa. Las redes de relación social entretramadas por los las élites poderosas se desmoronan ante la veleidosidad de las multinacionales, las mafias de cualquier gran país o incluso el montaje de los “narcos”. La economía mundial crea sus propias reglas y encuentra sus propios cauces, por muchos que linajudos endiosados se miren el ombligo y se crean estancados en el liberalismo del siglo XIX que con sus tentáculos podían controlar.

El pretendido gobierno secreto del mundo huele tan a rancio como los cortinajes y las alfombras floreadas que desde hace un siglo dejaron de llevarse. Ahora ya no se lleva darse unos ágapes y hacer negocios frente al tablero de ajedrez, porque mientras esto hacen, los chinos, mil trescientos millones de almas, trabajan trece horas sin protestar, inundan los mercados, copian y mejoran la producción y la productividad cada día, son dóciles, sumisos, discretos, no hacen declaraciones ni se rodean de boatos, ni presumen de tener poder, pero sus raíces son firmes y tapizantes, abarcan, crecen, se extienden sin ruido. Y cuando los del exotérico “Club” se quieran dar cuenta estarán bebiendo los vinos chinos, comiendo los jamones chinos sobre sus manteles de manufactura china. Hasta al enredadera que cubre las fachadas de sus fastuosas casas serán chinas.«Diario Palentino, 06/05/2010)»

La paranoia del Club Bilderberg

Y después de cincuenta años de su fundación, los ciudadanos de a pie se enteran de que existe un “petit comité” o club privado que se reúne “en secreto” para decidir “en secreto” los destinos del mundo.

Unos cuantos ricachones parece que son escuchados por Jefes de Estado y de Gobierno que además prestan explicaciones a quienes en un alarde de presunción “in extremis” se autodenominan las élites de poder mundial. Que si los Rothschild, que si los Rockefeller, que si el matrimonio de Microsoft, o representantes de las monarquías europeas. Y aunque quiere sonar un poco como a misterio anovelado  a lo Browm, con cierto olor a rancio judéo-masónico, a la vista del espectacular montaje mediático, con superventas de “periodismo de investigación” por el medio, etc., parece más bien una juerga “privé” de poderosos que se reúnen para jugar al Monopoli sobre el mapamundi pero sin piezas ni fichas suficientes.

El camino del poder es como el del agua, se cuela por todas partes, y no toda riqueza trae poder ni viceversa. Las redes de relación social entretramadas por los las élites poderosas se desmoronan ante la veleidosidad de las multinacionales, las mafias de cualquier gran país o incluso el montaje de los “narcos”. La economía mundial crea sus propias reglas y encuentra sus propios cauces, por muchos que linajudos endiosados se miren el ombligo y se crean estancados en el liberalismo del siglo XIX que con sus tentáculos podían controlar.

El pretendido gobierno secreto del mundo huele tan a rancio como los cortinajes y las alfombras floreadas que desde hace un siglo dejaron de llevarse. Ahora ya no se lleva darse unos ágapes y hacer negocios frente al tablero de ajedrez, porque mientras esto hacen, los chinos, mil trescientos millones de almas, trabajan trece horas sin protestar, inundan los mercados, copian y mejoran la producción y la productividad cada día, son dóciles, sumisos, discretos, no hacen declaraciones ni se rodean de boatos, ni presumen de tener poder, pero sus raíces son firmes y tapizantes, abarcan, crecen, se extienden sin ruido. Y cuando los del exotérico “Club” se quieran dar cuenta estarán bebiendo los vinos chinos, comiendo los jamones chinos sobre sus manteles de manufactura china. Hasta al enredadera que cubre las fachadas de sus fastuosas casas serán chinas.«Diario Palentino, 06/05/2010)»

Predicadores del Miedo (De Ion Antolín)

predicador

«Hablan de los peligros, de la maldad que acecha en las nuevas formas de comunicación nacidas al albor de la web 2.0. Llaman la atención sobre lo desprotegidos que están los más jóvenes, a merced de todo tipo de pederastas anónimos escondidos tras seudónimos aparentemente inofensivos. Asustan a legiones de padres que se han visto superados por el desarrollo de las redes sociales, y que ahora ven a sus hijos delante del ordenador como si estuviesen frente a la misma entrada del averno. Son los agoreros del lado oscuro de Internet, firmes creyentes en una religión cuya liturgia se basa en el continuo desprestigio de la red por el hecho de serlo. Porque el pecado está en el instrumento, no en las personas. O eso dicen. Leer más…