Nunca pensé que iba a tener que vivir una situación así. Es la frase más escuchada últimamente. Y, aunque el humor nos demuestra que se ha despertado el ingenio y espanta el fantasma del miedo, cada nueva noticia nos devuelve a las tribulaciones. Junto al sentimiento de profunda gratitud para quienes se juegan la vida cuidando, acompañando e intentando curar a los contagiados, se nos despiertan otras reflexiones terriblemente inquietantes. ¿Quién puede elegir entre dos vidas humanas? La escasez de recursos requiere tomar decisiones. En economía, entre cañones y mantequilla. En esta pandemia, el respirador y los equipos de cuidados intensivos se ven superados por la previsible demanda. La cruel instrucción a los médicos es elegir aquellas vidas que tengan más posibilidades de salvación. Nadie ha dicho que se deseche a los abuelos, solo que con la edad el cuerpo está más deteriorado y coincide con lo indicado, pero puede haber jóvenes con lesiones difíciles que también serán postergados ante otras personas sanas con más posibilidades de supervivencia, aunque sean más mayores. Es duro, muy duro, no me gustaría ser médico en esta circunstancia. Habrá casos en los que será muy difícil prever como puedan reaccionar los cuerpos. Cuando me vi de paciente en esa situación, decidí revelarme. Una mañana entró un adjunto de la unidad de aislamiento de trasplantados de médula ósea de Salamanca, rodeado de cuatro discípulos y revestido de soberbia, y me dijo que me sacarían a planta porque había un niño que necesitaba mi sitio y que los niños eran preferentes para él, le respondí que qué preferencia tenían mis niños o si quería dejarlos huérfanos; enseguida encontró otra solución. Y aquí estoy, diez años después. Si me hubieran aplicado la regla de la edad hoy no podría contarlo.
Diario Palentino, 22 de marzo de 2020