Las primeras comuniones

d0417_A-lot-of-presentsLo que quieren los niños son el disfraz y los regalos

            La movida de las comuniones se ha convertido en todo un sarao de proporciones sobredimensionadas. El originario sentido religioso, que aún se mantiene en escasas familias creyentes y practicantes, se diluye para las demás en una mera ocasión festiva para divertirse con los preparativos, atuendos, vestidos, reportajes fotográficos, invitaciones, ágape, música, regalos y demás elementos de tramoya que convierten a las criaturas en disculpa para montar todo un espectáculo. Dicen las mamás que las niñas quieren vestirse de princesas, aunque no queda claro quien lo desea más. En el cole se habla de ello y disfrazarse siempre es apetecible a cualquier edad, si añadimos la expectativa de un montón inasimilable de regalos que se espera recibir, tenemos una enseñanza perfecta de necia vanidad y sumo consumo. Parece que los amiguitos de los niños, los amigos de los padres, los abuelos, tíos y demás convidados tienen que competir para no quedarse con el título de los tacañones, de este modo la pequeña alma que supone entrar en el uso de razón ingresa por la puerta grande en la sinrazón del boato competitivo y comparativo, -que mi niño/a no sea menos que nadie-, aunque haya que empeñar hasta la cuota del gas.

            Todo está desmadrado. Madres y padres sin bautizar llevan a los pequeños a la catequesis durante dos años para poder obtener la licencia de la fiestorra. Los comerciantes del ramo, como es su función, se frotan las manos; vestidos, peinados, tocados, fotos y vídeos, recordatorios, perendengues para obsequiar, juegos y juguetes, menús y ágapes cada día más floridos y caros, como si fuera una boda. Y hoy no vamos a entrar en la discriminación por sexos que comienza con los cancanes y termina con el tipo de regalos pedagógicamente discriminantes. Hemos perdido el norte. Todo queda diluido en no ser menos que nadie, algunas caras de comprometidos invitados inspiran un poema al igual que la ansiedad de los comulgantes abriendo la montaña de regalos. ¿Dónde quedó el deseo, dónde el placer, dónde los valores de afecto, cariño, amistad? ¿Dónde lo etéreo e intangible, verdadero equipaje que acompañará a esos pequeños seres durante su larga vida? Se quejarán luego esos padres de sus hijos ninis, de sus pillajes, de sus ansiedades e insatisfacciones, de la infeliz sensación de que nunca es suficiente.

«Diario Palentino, 29/05/2016»