Poner nombres a las calles

Calle de una vez“Siempre post mórten y neutrales, que no alteren la convivencia social”

            Hasta que nos inserten un chip con GPS y nos tengan localizados a nuestro pesar, los datos de la calle en que vivimos parecen imprescindibles para que nos encuentre nuestra gente, el taxista que nos lleva,  Amazon, Correos, o Hacienda. Y, como está demostrado que el poder de las palabras consiste en traer imágenes a la mente, es importante que estas sean placenteras, agradables o como mínimo neutras.

            Hay ciudades y pueblos que corren mucho para pelotillear a sus políticos y magnates de turno con el fin de conseguir mejores prebendas y cortar más cintas de foto, para luego, a la vuelta de pocos años, no saber cómo contribuir al deterioro de la maldita placa, en qué hora, y volver al nombre tradicional, el de toda la vida. Igual ocurre con las lápidas conmemorativas, que plagan las obras pagadas con el dinero de todos; puros narcisismo, megalomanía y vanidad.  Más de lo mismo ocurre con las medallas para méritos inconsistentes, véase en reciente la retirada del título honoris causa a Mario Conde por la Complutense. Otro día tocará a Marhuenda y a las vírgenes del actual Ministro de Interior. Hacer y deshacer todo es labor, entretenimiento y motivo de discordia. Si una cosa está clara es que la asignación de nombres de políticos o politizados siempre produce alteraciones y malestares en la convivencia pacífica, no hay motivo para premiar a quien cumple lo que ha prometido porque se ofrece de forma voluntaria y cobra por ello.

         Si hasta los nombres de investigadores y científicos están en duda, a Fleming le disputa el antibiótico la Universidad de Oxford, a Tesla le robaron sus inventos Marconi, Edison y Graham Bell. Es difícil asignar a las calles nombres de personas que gusten a todos sus habitantes y que hayan mantenido una vida modélica y coherente. Cantantes, futbolistas, víctimas de algo, las propuestas por el mundo son del todo variopintas. La dificultad se dispara si se trata de una pequeña localidad donde los personajes locales se conocen hasta en su genealogía y andanzas, y que nadie sabrá quiénes son a la siguiente generación. Luego se añade la tendencia a poner nombres de ilustres hombres porque mujeres, dicen que no hay, y comienza otra razonable disputa. Nunca producen encono los nombres de flores, aves, insectos, lugares públicos o identificadores del paisaje que representan. Para qué marear. 

«Diario Palentino, 08/05/2016»