Ayer Google dedicó su doodle a Charles Michèle de l’Epée, clérigo y pedagogo francés que introdujo en las escuelas públicas un sistema de signos para niños sordos. Hoy, dos siglos después, las mujeres necesitamos un benefactor de la humanidad que invente un método para enseñar a los hombres a respetar a las mujeres y a los niños en su condición de seres humanos, sean o no sus esposas, sean o no sus hijos. Lo que hace un padre a la madre de sus hijos se lo hace a éstos también. Y así va girando la rueda de la violencia y la indignidad. Con lo que vemos de pequeños se nos abren dos caminos, o la imitación, porque así era mi padre yo maltrato, o al contrario, porque maltrataba mi padre yo me dejo maltratar. Recibimos todo, lo bueno y lo malo de nuestros ancestros. Por eso están importante procurar un medio familiar, escolar y social armonioso, donde las discusiones se diriman sin voces, sin insultos, sin desvalorizaciones, sin indignidad, donde las diferencias se puedan razonar con amor, con el ánimo de comprender y ponerse en el lugar del otro, donde cada miembro desahogue sus tensiones y ansiedades de forma inteligente, no cargando de malas experiencias el álbum de la familia que heredarán también los venideros. La violencia, sea física, verbal o psicológica deja huellas en el alma y en el cuerpo, son cicatrices que nos merman la ilusión y nos hacen desconfiar. Algunos machunos arguyen que nuestro feminismo lastra las relaciones, justo los que lo dicen deben mirarse al espejo. Entre ellos, los autores de esas últimas sentencias que empoderan a los que nos llegan casi a estrangular, nos violan por el ano o en grupo, y dicen que si solo lloramos o decimos no, no es suficiente, tenemos que defendernos con violencia. Podemos imaginar que habrán vivido o estarán viviendo esos jueces en sus vidas.
Diario Palentino, 25 de noviembre de 2018