Mujeres, franquismo y libertades

    El juicio al Juez Garzón está siendo las vergüenza nacional y su eco se prolonga más allá de las fronteras. Las organizaciones de derechos humanos del mundo están señalando con el dedo a la justicia española. Sentar en el banquillo a un Juez por perseguir a los criminales es la última gran decepción sobre el funcionamiento de nuestra democracia y las fuerzas oscuras que la controlan.
Si a ello añadimos que nuevamente se va a tener que debatir en el Parlamento la posibilidad de investigar sobre los asesinatos del franquismo, el horizonte se nubla para las libertades públicas. Con su aplastante mayoría decisoria de nuevo echarán tierra sobre las fosas no excavadas, volverán a financiar las fundaciones para investigaciones halagadoras de aquél Régimen, dejarán morir de inanición las asociaciones, las ediciones y todo lo relacionado con las actividades de la Memoria Histórica para volver a rehacer la propia historia “al gusto”. Para nosotras el parón ya ha comenzado con la crisis en los sistemas de protección ante los malos tratos y no sabemos por donde continuará.
Las mujeres de la Derecha claman y corren a misa cada vez que un gobierno socialista aprueba una ley de igualdad, libertad o protección para las mujeres, pero luego son las primeras en hacer uso y abuso de las posibilidades otorgadas, nunca las han derogado cuando ha tenido ocasión, pero sí se han divorciado, abortado, acogido a las ayudas de discapacidad, familias numerosas, exenciones, etc.

     Es lo bueno de la democracia, que afecta tanto a los que aprueban como a los que se oponen. Aquellos tiempos en los que Ana Botella decía que “una mujer tiene que ser mujer, mujer” (ella sabrá lo que quería decir, o no) pasaron la historia al convertirse en alcaldesa de Madrid con su vara de mando.
Lo que está claro es que las asesinadas o encarceladas con sus hijos durante la Guerra Civil y la Dictadura permanecerán en sus indignos enterramientos y el testimonio de sus vidas en el olvido. Pero además fueron muchas las sufridoras anónimas, nunca suficientemente valoradas, las que lucharon junto a sus hombres, material y moralmente, cerca del frente y en la retaguardia o como encubridoras, las viudas supervivientes de rojos denostados, criando los hijos solas y señaladas en sus ambientes como la peste. Solo podrán recuperar su nombre para una lápida testimonial, o tal vez ni eso. «Periódico CARRIÖN, 2ª quincena, enero 2012»