D. Mariano Rajoy no puede escabullirse del deber de conocer las tripas de su partido y de su gobierno.
Qué estamos sufriendo en nuestras vidas los peores políticos de la democracia española ya no es un secreto para nadie. Mindundis con aires de grandeza crecidos a la sombra de amiguetes y extrañas redes estratégicamente urdidas o personajillos que no saben hablar y si lo hacen es mejor que callen porque en comunicación merecen un cero patatero.
Millones y más millones de euros aparecen y desaparecen en bolsas de basura emparedadas, en cuentas bancarias secretas que van y vienen de unos paraísos fiscales a otros, sobre-sueldos en “sobres” que ya no sirven para enviar cartas familiares sino para alojar desvergüenzas y trapiches de quienes dicen representarnos mediante un voto usado como cheque en blanco para que raterillos de poca monta desde la oposición y descarados ladronazos desde el gobierno (PP), nos soplen la sanidad, la educación, el futuro de nuestra prole y el prestigio de la “marca España”.
Pero de tanto desmán nadie asume colleja. Explicaciones confusas y engañosas aíslan al presunto amiguete devenido en extraño: ese señor que ya no está en el partido (desde ayer), que no tiene un despacho en Génova sino un “lugar”, que fue (tesorero) pero ya no, esos directivos de cajas que se apropiaron ahorros familiares y a quienes nadie señala con el dedo ni la justicia ajusticia… A los españoles se nos queda la cara de palo como a Buster Keaton, y pensamos ¿De verdad seremos todos tontos?
Mientras tanto el señor del abrigo gris, tan gris como su semblante, se pasea por Europa mermando nuestra presencia en las instituciones internacionales. Ha conseguido que el castellano, la segunda lengua materna más hablada en el mundo después del chino mandarín, quede excluida de las lenguas oficiales de la Comisión europea. ¡Enhorabuena! También nuestro prestigio y poder se rebaja por minutos.
¿Y la responsabilidad del “pater familias”, ese jefe supremo que manda y asume el gobierno de la cosa pública, D. Mariano Rajoy? No puede escabullirse del deber de conocer las tripas de su partido y de su gobierno.
Así respondió el Último Emperador (Bertolucci, 1978) cuando se enteró del exterminio practicado por los japoneses en Manchuria mientras él mismo estaba también secuestrado por éllos. “No lo supe pero era mi deber conocerlo porque yo era el emperador de mi pueblo”. «Diario Palentino, 27 de enero de 2013