Máximo 150

            Sigo con Robin Dunbar, ese reconocido antropólogo de Oxford que le da vuelta a todo. Ahora vamos con su número mágico. Dice Dunbar que 150 es el número tribal, el máximo de personas con las que podemos compartir, mantener relación, empatizar o comprender. A partir de ahí nuestro interés se diluye. Hasta 150 “somos nosotros”, y a partir de ahí “son los otros”. Así explica por qué consentimos que tantos seres humanos estén muriendo de hambre a diario. También que cambiemos de amigos y de gente con la que nos relacionamos; vamos renovando pero hemos de mantener el límite. Imagino que es algo parecido a la regla de oro del orden de Marie Kondo, si compras ropa nueva tienes que sacar del armario el mismo número de piezas. En la redes sociales pasa otro tanto, Facebook confirmó que las tribus virtuales se mueven entre 120 y 130 contactos, salvo quienes necesitan una sobredosis impostada de popularidad que, por supuesto, no pueden atender de forma individualizada. Por otro lado, está la exclusión del gorrón, “si eres malo y abusón y no cooperas, los demás no querrán tratar contigo y las hembras te rechazarán, y eso perjudica a tus genes”. Según sus conclusiones el cerebro de una especie depende de la importancia del grupo femenino que es quien mantiene la sociabilidad tribal. “El neocórtex se hereda solo de los genes maternos, no del padre. La abnegación materna mejora el éxito reproductivo. Ya lo dijo Aristóteles hacia el 350 a. C., los hombres son criaturas emotivas, las que piensan son las mujeres”. En su último estudio sobre cómo se mantienen la relaciones amistosas ha concluido que las chicas hablan mucho de sus cosas, sin embargo, las llamadas que se hacen los chicos son breves, solo para quedar y hacer algo juntos. Pero a la postre 150 es el tope. Sobre su antropología de las religiones, otro día.

«Diario Palentino, 14 de junio de 2020»

Hoy es domingo, brindemos

     «Necesitamos la proximidad y el contacto con nuestros congéneres para segregar las endorfinas que nos relajan y estimulan nuestro sistema inmunitario», dice Robin Dunbar, reconocido sociólogo y antropólogo de la Universidad de Oxford. Hasta ahí, casi nada nuevo, pero añade: «Los grupos sociales de primates confían en la unión para mantener la coherencia social, y para los humanos, aquí es donde una botella compartida de vino juega un papel poderoso», afirma, «porque las relaciones sociales nos protegen contra las amenazas externas y las tensiones internas, como el estrés. El consumo de alcohol podría ser clave en la supervivencia de la especie». El ilustre no entra en razones médicas ni en cuantías, ese es otro apartado a detallar. Pero, bueno, esta teoría nos sirve para justificar el exorbitado incremento de la demanda de bebidas alcohólicas durante el confinamiento: cervezas 86,5 %, vino 73,4 % y bebidas «espirituosas» un 93,4 % respecto a la misma semana de 2019 (Mº de Agricultura, datos del 6 al 12 de abril de 2020). Los sanitarios se esfuerzan en avisar de la imprudencia, pero las endorfinas nos hacen falta ante la carencia de vida social, baile, risas y abrazos compartidos. ¿Qué hace más daño la angustia o una copa de vino? Hacer botellón o tomar el vermut a través de Zoom es ya una cita obligada, una pauta en la agenda que esperamos con ilusión. Vernos, brindar, conversar en línea o tomar un rico aperitivo produce bienestar, no es lo mismo que en terraza o en una tasquita, pero ayuda a olvidar por unos momentos la turra del coronavirus y espanta el temor. Cierto es que no es obligatorio beber alcohol, quien se cuide que tome cero-cero o el humilde mosto infantil de toda la vida, lo importante es elegir en todo momento aquello que elimina la ansiedad y nos hace felices. ¡Salud!

diario Palentino, 17 de mayo de 2020.10