«Está bien, pero revisemos si conlleva perdonar lo chungo que ocurre en ambos estadios”
Ante lo inseguro y desagradable del mundo a la vista, es gratificante encontrar entretenimientos planos para acomodarnos sin pensar. Nos fidelizarnos en zonas seguras que no requieran demasiado esfuerzo físico ni mental pero que sí transitorio y perfectamente organizado. Tales son el fútbol y la religión. Marx opinaba que “la religión es el opio del pueblo” pero no fue capaz de profecitar que el fútbol le ganaría por goleada.
Hablar de política en tiempos de confrontación, además de incómodo, puede llevarnos a crear preocupantes tensiones en los ámbitos familiares, laborales o sociales. La radicalización en épocas de crisis es ineludible. Todo curandero o santón dice poseer la fórmula mágica que alivia el sufrimiento, luego, nosotros los de a pie, creemos lo que nos parece generalmente sin analizar la conveniencia o viabilidad sino por pura química: -A mí, me cae mejor…-
Para evitar disputas el camino fácil es escapar por la gatera de lo preciso, de lo inamovible, de lo que nos estimula las endorfinas de la felicidad durante algunos buenos ratos, y después: –Lo que pasa en el campo, se queda en el campo-, o mis pecados en el confesionario, y a casita tan contentos y liberados de molestas tensiones. Terapia de descarga en estado puro.
Está bien, por qué no, pero debiéramos revisar si el mismo paquete conlleva que perdonemos todo lo chungo que ocurre en ambos estadios. A la Iglesia, que se apropie de nuestros patrimonios públicos y privados, que nos sablée a través de los impuestos y las asignaciones, que nos acose con sus vendedores de fe cuando estamos en la cama del hospital con la pata quebrada, que la pederastia en sus filas se difumine consentida y amparada. Todo esto y mucho más consienten quienes, con todos mis respetos por la metáfora, se chutan en vena los dogmas de la Fe, único formato comprensible de tragar lo incomprensible.
En el mismo esquema anterior los hinchas futboleros pasan de que los equipos tengan sistemática costumbre de defraudar a Hacienda (que somos todos), a la Seguridad Social (que está en quiebra técnica) y del manejo tan ilícito como consentido de dinero de tantos colores, como las tarjetas que sacan los árbitros.
«Diario Palentino, 25/05/2017»