Trabajo y vida

       “Del cielo para abajo cada uno vive de su trabajo”, salvo los que viven del de otros. Para evitar que ocurra lo segundo las comunidades humanas regulan las relaciones laborales. Evitar el esclavismo, la explotación y conseguir que haya equilibrio entre el que ofrece un puesto de trabajo, a cambio de un salario justo, y quien presta su mano de obra, su esfuerzo personal, tiempo y dedicación para realizar tareas productivas. Ambas partes tienen que encontrar ese punto en que ambos ganan y ninguno pierde. Trabajamos para vivir, igual que hicieron nuestros antepasados primitivos cuando cazaban o recolectaban, igual que hacen los animales. Es la supervivencia. Pero esa balanza siempre está en tensión, quien más puede más tira, quien más poder tiene la desplaza hacia su lado. De una manera u otra la mayoría de las personas, a las que no nos caen del cielo los recursos, necesitamos trabajar. El mercado es cruel, no tiene en cuenta el factor humano. Si hay poco trabajo y muchos aspirantes quien ofrece un puesto tenderá a pagar lo menos posible con el consiguiente empobrecimiento personal, familiar y comunitario.            Por eso es tan importante tener una buena regulación que proteja a la parte más débil, la que depende solo de su esfuerzo para vivir. La temporalidad abusiva en el empleo solo beneficia a la parte que mueve trabajadores como peones, sin consolidar antigüedad ni derechos. ¿Quién puede hacer planes de futuro cuando encadena contratos sucesivos de unas horas? ¿Quién puede rendir con ilusión en un trabajo fugaz? El año pasado se firmaron cinco millones de contratos de una noche. Trabajar y ser pobre no se puede consentir. “12,5 millones de personas, es decir, el 26,4 % de la población española, se encontraban en riesgo de pobreza y/o exclusión social (AROPE) en 2020”.

Diario Palentino, 7 de noviembre de 2021

Trabajo, trabajo, trabajo


ricos y pobres“Mi carta de deseos para el nuevo año, trabajo para todo el que quiera trabajar”

             Nada hay más desolador que tener dos manos y una cabeza hábiles para realizar un trabajo y no tener dónde ponerlo en práctica. Asistir cada día a la vista de un hogar que se deshace, unos hijos que emigran para hacerse la vida dando lo mejor de su juventud; la ministra de tecnología alemana dijo haber encontrado en España una mina de jóvenes bien preparados. La tarea primordial de cada mañana de muchos españoles es salir a buscar trabajo, trabajan más buscando trabajo que trabajando propiamente, esos que dicen los portavoces de los empresarios que no quieren trabajar, solo ayudas; esas ayudas imprescindibles para sobrevivir en tierra de lobos, pero que minan el amor propio, la fuerza de voluntad y la fe en uno mismo. El liberalismo económico, fiel sirviente de bancos y grandes empresas, necesita mano de obra barata, mejor esclava, a ti te quiero y a ti no, como en un mercado negrero; contratos de horas mínimas con sueldos mínimos pero para cumplir horas máximas. Así tienen dónde elegir los panzones rellenos de chuletones y carísimo vino que solo saben apreciar por su precio. “Los españoles ya no tienen miedo a perder el empleo o a no encontrarlo”, para meterle una zapatilla sudada en la boca y apretar. Y, luego, la inspección de trabajo recibe instrucciones de destapar los trabajos negros, es decir la del chapuzas que pinta la casa del vecino y se gana unos eurillos para sobrevivir hasta fin de mes, o la del que hace un porte con su furgo de ex­autónomo para pagar el recibo de la hipoteca. Y, qué se encuentran los inspectores, empresarios con trabajadores sin dar de alta o haciendo jornadas maratonianas con un contrato de horas. Ese libertinaje en el mundo laboral es lo que buscaban los grandes capitales y eso es lo que les han facilitado los gobiernos conservadores europeos, el PP, en nuestro caso; cargar todo el peso en las costillas de los más débiles, porque el más débil no es el accionista de una multinacional, ni el rico cada vez rico a costa del sudor del pobre cada vez más pobre. Volvemos a empezar en una rueda sinfín de injusticia social en una tierra capaz de dar de comer a todas sus criaturas, pero víctima de hampones y avariciosos sin escrúpulos a la hora de apropiarse de lo propio y de lo ajeno, en forma, eso sí, de leyes que los cobijan. Trabajo, trabajo y cambio, por favor, pido al nuevo año.

«Diario Palentino, 04/01/2015»