No es broma, ni un cuento

            La historia de la humanidad está tejida con cuentos. Nos encantan, nos los cuentan desde que nacemos y nos los contamos a nosotros mismos durante toda la vida. Somos intrínsecamente cuentistas. Al final del relato nos gusta que acaben bien, pero a la mitad tiene que haber inquietud, zozobra, intriga, el héroe y el malvado. Ahora estamos justo en el medio. Una pandemia asola la población a nivel mundial, ya se cuenta más de un millón de muertos. Las autoridades sanitarias, los científicos e investigadores trabajan a máximo rendimiento. Ahora se ha visto que sanitarios, repartidores, transportistas, cuidadores del cuerpo y del alma, productores y proveedores de alimentos y medicamentos, son los únicos auténticamente necesarios. Queda claro que nos sobran muchos parásitos succionadores que no han tenido la dignidad de renunciar a las dietas que no han consumido; todo ganancia. Entonces, no es de extrañar que los negacionistas hagan su agosto, son especímenes de similar categoría. Si la clase política no estuviera tan desprestigiada no tendría tanto poder de seducción la indescriptible amalgama de personajes que componen el conjunto llamado negacionista. Lo mejor de cada casa forma ese mix de conspiranoicos, antivacunas, pseudocientíficos, bioestadísticos, astropsicológos, influencers, illuminati, curanderos, videntes y, como no, supremacistas de ultraderecha y algunos empresarios de miras cortas. Todo un cóctel exotérico que esconde a un sanador que se forra con sus tratamientos de hierbas y a una doctora que ha dejado su trabajo para vivir de las donaciones. Aprovechan que estamos hartos del agobio de las limitaciones y tenemos miedo, somos presa fácil de los desestabilizadores. Por otra parte, agresivos y violentos. El negacionismo no es broma, ni la pandemia es un cuento.

Diario Palentino, 11 de octubre de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Máximo 150

            Sigo con Robin Dunbar, ese reconocido antropólogo de Oxford que le da vuelta a todo. Ahora vamos con su número mágico. Dice Dunbar que 150 es el número tribal, el máximo de personas con las que podemos compartir, mantener relación, empatizar o comprender. A partir de ahí nuestro interés se diluye. Hasta 150 “somos nosotros”, y a partir de ahí “son los otros”. Así explica por qué consentimos que tantos seres humanos estén muriendo de hambre a diario. También que cambiemos de amigos y de gente con la que nos relacionamos; vamos renovando pero hemos de mantener el límite. Imagino que es algo parecido a la regla de oro del orden de Marie Kondo, si compras ropa nueva tienes que sacar del armario el mismo número de piezas. En la redes sociales pasa otro tanto, Facebook confirmó que las tribus virtuales se mueven entre 120 y 130 contactos, salvo quienes necesitan una sobredosis impostada de popularidad que, por supuesto, no pueden atender de forma individualizada. Por otro lado, está la exclusión del gorrón, “si eres malo y abusón y no cooperas, los demás no querrán tratar contigo y las hembras te rechazarán, y eso perjudica a tus genes”. Según sus conclusiones el cerebro de una especie depende de la importancia del grupo femenino que es quien mantiene la sociabilidad tribal. “El neocórtex se hereda solo de los genes maternos, no del padre. La abnegación materna mejora el éxito reproductivo. Ya lo dijo Aristóteles hacia el 350 a. C., los hombres son criaturas emotivas, las que piensan son las mujeres”. En su último estudio sobre cómo se mantienen la relaciones amistosas ha concluido que las chicas hablan mucho de sus cosas, sin embargo, las llamadas que se hacen los chicos son breves, solo para quedar y hacer algo juntos. Pero a la postre 150 es el tope. Sobre su antropología de las religiones, otro día.

«Diario Palentino, 14 de junio de 2020»