La perversión del sistema: pagamos más y recibimos menos.
Nunca nos satisfizo pagar impuestos, pero eso no es una novedad. En la leyenda evangélica San Mateo era malquerido por los ciudadanos a los que cobraba los impuestos que recaudaba para el cesar.
La lógica de la cuestión reside en que pagar impuestos porque se tienen o heredan bienes o se obtienen buenos ingresos responde a un privilegio que cuántos quisieran.
La pregunta es ¿para que pagamos impuestos? Todos conocemos la respuesta, a cambio de recibir de la sociedad representada por el Estado los servicios públicos que no podríamos obtener privadamente y cada uno con el dinero que aportamos. Yo con mis impuestos no me puedo pagar una sanidad ni una educación de calidad, ni carreteras, ni comunicaciones, etc., pero si lo junto en el montón de mis conciudadanos y tenemos unos buenos gestores, todos salimos ganado. Ese es el fin y el fundamento de pagar impuestos.
El problema es que hoy ya nada de esto es así. Cada día nos vemos obligados a pagar más por menos. Pagamos excesivos impuestos en el pan que comemos, en la ropa que vestimos, en los libros de los niños y en las medicinas que necesitamos.
¿Qué pasa entonces?, que este sistema con el que estábamos generalmente de acuerdo se ha degradado hasta darse la vuelta. Ahora nos quitan más de nuestros exiguos ingresos para pagar deudas acumuladas por malversadores, derrochadores, pródigos y pésimos gestores cohabitantes de esa extraña comparsa formada por advenedizos empresarios insaciables, cajas de ahorro regentadas por los mismos, premiados con suculentos sueldos y bajo la mirada para otro lado de la clase política o incluso inserta en el fraudulento “negocio”.
Lo peor de todo es que nuestro Estado, al que tenemos encomendado el bienestar general, asume los desmanes privados, empresariales y financieros, y nos endeuda a todos, mientras los responsables tienen sus beneficios a buen recaudo en paraísos fiscales o debajo de la baldosa de los testaferros. Es la perversión de un sistema que ha funcionado razonablemente bien a partir de la II Guerra Mundial y que irremediablemente nos lleva a un abismo desconocido.
Digamos que el efecto Robín Hood se ha invertido, ahora se roba a los que menos tienen para que los ricos acumulen más. Y aún falta mucho tiempo para poder cantar con el poeta maldito que era Gabriel Celaya, “estamos tocando el fondo…”. «Diario Palentino, 23 de septiembre de 2012»