Miguel: “En mi país es así”


inmigrantes
“La toma de conciencia es el camino más arduo”

            Miguel, treinta y cinco años, boliviano, nació en Sucre, la capital. Así se presenta. Llegó a España hace diez años acompañado de su mujer y dejando dos casi bebés al cuidado de los abuelos. “Había que buscarse la vida, éramos muchos y mi padre era pobre”. Pensaba hacer las españas y volver enseguida, pero llegaron la crisis y otras dificultades. Él, fue padre a los veinte y su mujer a los catorce. “Así es en mí país”. Ella ya tiene nacionalidad española y hace un año consiguió agrupar a sus hijos, dos adolescentes a integrar en un mundo nuevo. La hija, treceañera, dejó allá a su novio, con el que quería casarse. Pero, Miguel, cómo se va a casar tan joven, me mira, “en mi país es así”. La niña no se adapta y quiere volver con los abuelos-padres que la han criado, con sus amigas, con su amor, y seguir yendo a su colegio donde no la obligan a estudiar en catalán. El mundo se le ha puesto patas arriba y llora, discute con su madre; la psicóloga escolar diagnostica crisis adaptativa, hay que apoyarla y tener paciencia, todo pasará. Miguel habla tranquilo, en su país no hay estrés, se disfruta haciendo las cosas, en su barrio cada uno se hace su casa, los materiales son caros pero la mano de obra barata, es la propia, todos saben de paleta, fontanería y electricidad, poco a poco la casa va creciendo en el solar de asentamientos humanos que les adjudica la municipalidad. Lo peor es el contrabando de la droga, lo corrompe todo, políticos y policías. La coima que pagan los traficantes vale más que muchos sueldos.

            Pero Miguel tiene un secreto, no tiene papeles, a pesar de estar diez años acá, ni acceso a la nacionalidad, tuvo una discusión con su mujer y los vecinos llamaron a la policía, le cayeron unos antecedentes penales. Jura y perjura que no la tocó. La mujer, adolescente inmigrante e indefensa le perdonó, pero “aquí no es como en mi país”, la cosa sigue… Yo soy tranquilo, no soy violento, era solo una discusión, no se explica que por tan poco le hayan pasado tantas cosas. Es que…, las mujeres cambian mucho cuando vienen aquí, se dice a sí mismo. “En mi país no es así”.  Si le hablas de igualdad en derechos y deberes, de que las mujeres y los hombres son personas y por igual merecen respeto a su dignidad, asiente con la cabeza e insiste en el argumento geográfico, ya pero…, “en mí país no es así”. 

«Diario Palentino, 23/10/2016»

«Mañana es la única utopía». José Saramago

cid:1.1850224019@web26902.mail.ukl.yahoo.com

Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo…
¡Qué importa eso!.
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la
convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!.
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo
que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer
lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos
y atesorar éxitos. Sigue leyendo

Uniformad/Manipulad

Tal vez un poco desapercibida haya pasado para el público general la película titulada La Ola, en la que un profesor experimenta como se puede manipular masas humanas llegando a través de un individualismo colectivo al establecimiento de pautas de orgullo común .

De creernos y querer ser diferentes a los demás vamos formando ideologías distanciadoras de otros grupos humanos que pueden llevarnos a situaciones como los nacionalismos extremos, los separatismos o miserias mentales del mío es mío y de los míos. En vez de sentirnos ciudadanos del mundo y pensar que podemos, si queremos, vivir en cualquier parte y llevarnos bien con cualquier vecino de cualquier latitud, sentimos como una especie de fuerzas mezquinas nos empujan a apasionarnos por defender miserias humanas, materiales o providenciales de menor entidad. Mis cosas, mi ciudad, mi pueblo, mis tierras, hasta incluso el otro día escuché “Mi caja de ahorros” en un acalorado debate sobre la controvertida fusión que solamente esconde intereses personales, localistas y políticos, todos muy lejos del interés general, incluso del que se aferraba a “su Caja” porque tenía su libreta en ella.

Y como de cara la próximo curso pronto comenzarán los debates propios de la enseñanza con el encontrado análisis destructivo-político-coyuntural, y con independencia de que sea una solución estupenda establecer la obligatoriedad de utilizar uniforme en las aulas, para igualar socialmente y evitar estupideces de modas y “marcas” que tanto deforman la personalidad de los adolescentes, no debiéramos olvidar que el acento en la formación de los futuros ciudadanos está en la tierna infancia y que es más importante no ser un ciudadano manipulable y encorsetado que saber muchas matemáticas.

Porque la pregunta del millón sigue siendo la misma irresoluble: ¿Nos da la cultura la libertad? Habría que afinar mucho. La cultura es tan versátil y manejable como el idioma o la imagen. Quién te puede manipular con la palabra también te clavará, llegado el caso, un puñal en la espalda. Lo que debemos aprender y enseñar es a ser libres de pensar, a elegir nuestra forma cultural, a filtrar las informaciones que nos vienen del exterior y que casi siempre son interesadas. Ese es el quid de la cuestión. Eso es lo que los poderes fácticos no quieren tener: ciudadanos librepensadores, porque entonces serán libres de cargas y podrán denunciar los mal utilizados privilegios de la casta poderosa. La tentación  de consumir parcelas de libertad del ciudadano nunca cesa, simplemente adopta diversos formatos. «Diario Palentino, 18 de enero de 2009»

Uniformad/Manipulad

Tal vez un poco desapercibida haya pasado para el público general la película titulada La Ola, en la que un profesor experimenta como se puede manipular masas humanas llegando a través de un individualismo colectivo al establecimiento de pautas de orgullo común .

De creernos y querer ser diferentes a los demás vamos formando ideologías distanciadoras de otros grupos humanos que pueden llevarnos a situaciones como los nacionalismos extremos, los separatismos o miserias mentales del mío es mío y de los míos. En vez de sentirnos ciudadanos del mundo y pensar que podemos, si queremos, vivir en cualquier parte y llevarnos bien con cualquier vecino de cualquier latitud, sentimos como una especie de fuerzas mezquinas nos empujan a apasionarnos por defender miserias humanas, materiales o providenciales de menor entidad. Mis cosas, mi ciudad, mi pueblo, mis tierras, hasta incluso el otro día escuché “Mi caja de ahorros” en un acalorado debate sobre la controvertida fusión que solamente esconde intereses personales, localistas y políticos, todos muy lejos del interés general, incluso del que se aferraba a “su Caja” porque tenía su libreta en ella.

Y como de cara la próximo curso pronto comenzarán los debates propios de la enseñanza con el encontrado análisis destructivo-político-coyuntural, y con independencia de que sea una solución estupenda establecer la obligatoriedad de utilizar uniforme en las aulas, para igualar socialmente y evitar estupideces de modas y “marcas” que tanto deforman la personalidad de los adolescentes, no debiéramos olvidar que el acento en la formación de los futuros ciudadanos está en la tierna infancia y que es más importante no ser un ciudadano manipulable y encorsetado que saber muchas matemáticas.

Porque la pregunta del millón sigue siendo la misma irresoluble: ¿Nos da la cultura la libertad? Habría que afinar mucho. La cultura es tan versátil y manejable como el idioma o la imagen. Quién te puede manipular con la palabra también te clavará, llegado el caso, un puñal en la espalda. Lo que debemos aprender y enseñar es a ser libres de pensar, a elegir nuestra forma cultural, a filtrar las informaciones que nos vienen del exterior y que casi siempre son interesadas. Ese es el quid de la cuestión. Eso es lo que los poderes fácticos no quieren tener: ciudadanos librepensadores, porque entonces serán libres de cargas y podrán denunciar los mal utilizados privilegios de la casta poderosa. La tentación  de consumir parcelas de libertad del ciudadano nunca cesa, simplemente adopta diversos formatos. «Diario Palentino, 18 de enero de 2009»