Robotizados, vigilados

        Quienes tenemos unos añitos hemos visto llegar a casa la televisión en blanco y negro, emitía en un solo canal y durante algunas horas, el resto del día aparecía en la pantalla la famosa carta de ajuste que mirábamos fijamente esperando que de un momento a otro apareciese Bugs Bunny y el pato Lucas, solo el estridente timbre del teléfono negro de baquelita, que reposaba sobre el taquillón de la entrada, nos sacaba de la ensoñación. Veíamos las películas de Frankenstein, robots y zombis con los ojos desorbitados. Lo que se nos representaba como ciencia ficción ha dejado de ser ficción. Se dice que Google lo sabe todo sobre nosotros, nuestro smartphone es el vigilante observador que llevamos puesto, pregúntale qué hiciste ayer y te dará meticulosamente la ruta. Lo último, que ya se veía venir, es que nos inserten un microchip debajo de la piel para monitorizar, no solo nuestros movimientos, sino también las emociones que vamos generando y sintiendo a lo largo del día y de la noche. Una empresa americana ofrece a sus empleados este injerto que sustituye a su tarjeta personal para identificación de acceso, apertura de puertas, pago en el comedor, etc. El chip controla los movimientos y el trabajo de cada uno. Pero en China aún van más allá. En fábricas, ferrocarriles, incluso en el ejército, cada trabajador debe colocarse un casco con electrodos que envía información constante a un ordenador central que analiza de forma automática el estado de ánimo, la concentración y el grado de estrés a fin de evitar situaciones de riesgo por razones de cansancio, somnolencia o distracción. En poco tiempo un chip nos evitará tener que llevar documentos, tarjetas y dinero, pero dónde quedará nuestra intimidad.

«Diario Palentino, 22/07/2018»