Sospechosos

         Ya no son solamente sospechosos los de ojos oblicuos, ahora lo somos todos, cualquiera que se siente a nuestro lado, nuestros hijos que vuelven a la casa familiar como si de el mejor escudo protector se tratara, el pariente o el amigo que desprecia las instrucciones y minimiza el riesgo porque se aburre en su casa y pregona convencido, yo no estoy contaminado, no pasa nada. Ya todos somos inseguros y nos volvemos suspicaces. Tal vez cuando se pone a prueba la necesidad de solidaridad se ve lo que hay detrás del miedo. Arrasamos los supermercados, acaparamos cantidades ingentes de alimentos, papel, desinfectantes. Los trasteros y las viviendas tienen que estar a rebosar y el que venga detrás que arree. Andamos inquietos porque en el fondo lo que más nos gusta es la seguridad, que no nos toquen lo conocido, lo de siempre, los medios de vida que hemos conquistado, la forma de pensamiento que hemos elaborado, todo lo construido para nuestro confort material, mental, emocional, familiar y social. En cuestión de horas se derrumba lo que dábamos por hecho como conquista inamovible. Quién nos iba a decir a comienzos de año que dos meses después nos íbamos a pelear por unos rollos de papel higiénico. Ahora, el valiente hombre blanco de raza superior es presa del pánico. Esto no me puede estar pasando a mí, debe ser cosa del diablo, qué habré hecho yo para merecer este castigo. No estamos preparados para la incertidumbre ni para improvisar. Pero, además, no somos obedientes ni respetamos las normas. Mala combinación para salir airosos de las circunstancias complicadas. Y, sin embargo, como donde no hay orden se pone solo, el planeta gana; la contaminación se reduce y se puede respirar aire más puro. En las familias, los niños disfrutan más tiempo con sus padres. Muchas cosas cambiarán después de esta experiencia.

Diario Palentino, 14/03/2020

  Más o menos miedo

           Con las noticias de la aparición del Coronavirus hemos vuelto a activar el botón del pánico. Se cancelan vuelos y cruceros, desconfiamos del estornudo de nuestro vecino en el ascensor, desplegamos las antenas para estar bien informados del avance, recelamos de cualquier respiración sospechosa, no sabemos si contratar las vacaciones. Cualquier novedad sobre China nos alerta, hasta el asiático que regenta el bar de la esquina avisa de que no ha estado allí y no se puede permitir ni un resfriado porque sería su ruina. Surgen los chistes y las bromas persecutorias a la par que el miedo. Se repiten las mismas conductas siguientes a los ataques terroristas, cuando cualquiera con aspecto musulmán era un apestado. Hace pocos días un dron desconocido activó los protocolos de emergencia en Barajas; en unas horas fueron desviadas dos docenas de aviones a otros aeropuertos y se cancelaron otros tantos vuelos. Los medios de difusión son incontables. China es un país oscuro en cuanto a transparencia informativa, si dicen que ya van mil muertos, pueden ser el doble, el triple… Entre mil cuatrocientos millones unos miles más o menos no hacen mella. Algunos aprovechan para tomar decisiones con fundamento dudoso, como la cancelación del mayor congreso internacional sobre móviles que se iba a celebrar en Barcelona y que supondrá, calculan, una pérdida de quinientos millones de euros en alojamientos y servicios. ¿Quién sabe? Ni hoy ni antes los virus conocen fronteras. Ya las obvió en el siglo XIV  la Peste Negra que, procedente de Asia y esparcida por Europa y África a través del comercio, se llevó un tercio de la población europea. En ultramar sufrirían sus propios bichos. Lo que nos yace en el fondo es puro temor a la muerte, tal vez debiéramos revisar nuestra relación con ella.

Diario Palentino, 16 de febrero de 2020.