Ni burkas ni burkinis

         En un alarde de postureo progresista el ayuntamiento de Zaragoza (Podemos), acuerda admitir el burkini como prenda de baño en las piscinas públicas, así nadan a contracorriente frente a la tónica general de los países europeos. Francia lo prohíbe rotundamente en piscinas y en playas. Por dos razones: una, porque es un país laico y el burkini manifiesta de forma ostentosa una pertenencia religiosa, sobre todo cuando el yihadismo es la mayor amenaza terrorista que se vive en la Europa actual. La segunda apela a razones de higiene y seguridad para el resto de los bañistas. Lo preocupante es que la opinión pública se divida sobre los límites del respeto en los lugares públicos. Ningún símbolo llamativo sobre una religión o una reivindicación política debiera entrometerse en el libre disfrute de espacios destinados a todos los públicos ni crear inseguridad en ellos. Admitir el burkini equivale a permitir bañarse vestido, con lo que parece más bien que se va a lavar la ropa puesta donde niños y adultos bucean, tragan agua y disfrutan de una cara sanidad que no puede garantizarse si no se ve lo que hay debajo del disfraz a dónde no llega la ducha previa obligatoria. El respeto por las normas básicas de la sociedad es la primera exigencia para todo individuo que viva en ella, sobre todo teniendo en cuenta la acérrima intolerancia de quien exige privilegios que no facilita a otros. Dinamarca impone multas por el uso del burka en público y un millonario argelino se ofrece a pagarlas todas. Hasta ese punto se burlan de las leyes en el espacio europeo que están colonizando con su agresivo proselitismo, su alta natalidad y sus exigencias camufladas bajo el victimismo. ¡Ojo! las libertades de las europeas no musulmanas están en riesgo.

Diario Palentino, 11 de agosto de 2018

El burkini, toca madera

islam“El patriarcado atroz y extremo encuentra otro cauce de subyugación”

             No es un debate baladí, los argumentos sobre libertades y tolerancia centrados en que Europa debe ceder y tolerar para hacer honor a su bandera de valores no tienen en cuenta que desde la otra parte la permisividad con las costumbres occidentales es de cero rotundo. Para los hombres musulmanes las que vestimos pantalón corto y bikini somos directamente putas, date un paseo por el Jan el–Jalili en El Cairo y verás cómo te ponen.

            El radicalismo musulmán crece exponencialmente desde los últimos treinta años cuando las jóvenes de países africanos del entorno mediterráneo vestían a la occidental con toda normalidad. Ahora es imposible, hasta la europeizada Turquía de Kemal Ataturk marcha hacia atrás. Nawal Al Saadawi, escritora egipcia de 84 años, dice: ‘Mi madre era más libre que mi hija’. De hecho, entre las propias jóvenes radicalizadas se increpa a las que no se atienen a la rigidez del vestuario. La presión social interna no permite diferenciar las mujeres que se cubren por voluntad de las que lo hacen bajo coacción.

         En el torticero argumentario se pretende comparar la vestimenta musulmana con la de las monjas católicas, pero en el Islam se cubre a las niñas desde los doce años que aún no tienen libertad de elección. Las monjas se bañan en lugares públicos con bañadores al uso no con sus hábitos, y los eligen en edad adulta, ninguna presión social incide en su decisión ni a todas se nos obliga a vestir de monjas. También hay comparaciones del burkini con un traje cualquiera de neopreno, solo que éste no tiene simbolismo religioso ni propagandístico y su función es protectora, en una piscina resultaría antihigiénico.

            Mujeres intelectuales y cultas musulmanas, activistas del feminismo, diputadas, juristas y profesoras consideran ‘el burkini un retroceso, una degradación para la mujer y una falsa libertad bajo un patriarcado impuesto’. Véase la singular confusión sufrida por la inventora del burkini, Aheda Zanetti: ‘Me gusta ir detrás de mi marido, porque yo soy el motor, y elijo serlo. Quiero que él se lleve todo el crédito porque yo soy una triunfadora silenciosa.’ y ¡Olé!

          Cualquier novedad restrictiva de la libertad de las mujeres es contagiosa y nefasta a la larga para todas, y en el Islam hablar de libertad de las mujeres, aunque sea para vestirse suena a chiste de humor negro. 

«Diario Palentino, 28/08/2016»