Hoteles sin niños, aviones sin niños

       Desde hace unos años cada verano se reproduce la polémica sobre la conveniencia de limitar el acceso a familias con niños en algunos espacios vacacionales. Aunque en España está prohibida esta pauta, de hecho muchos establecimientos se anuncian como románticos, respiro para parejas o lugares de silencio, excusas para no hacer reservas a estos huéspedes pero sin herir la sensibilidad ni caer en discriminación.

      A esta práctica se van sumando líneas aéreas, de momento orientales, donde dentro de la nave se crean zonas prohibidos para menores de 12 años, sobre todo en viajes de largo recorrido donde hay pasajeros que van trabajando o durmiendo. Los detractores argumentan que es una medida discriminatoria por razón de edad y esgrimen que peor vas si te cae al lado un viajero maloliente, maleducado, roncador o jugador compulsivo de juegos de móvil con sus machacones ruiditos a todo volumen, y lanzan a los prohibicionistas hoteleros el maleficio de que ojalá les toque en vecindad una pandilla de adultos de 18 a 20 años. En Renfe, los coches de silencio tienen unas normas tan simples como: no hablar por teléfono, dispositivos electrónicos sin sonido, usar auriculares y mantener conversaciones en bajo tono de voz y breves. Llegar a explicar esto por avisos escritos para general conocimiento retrata el nivel de respeto y civismo de una población.

       Todos tenemos derecho a no ser molestados en nuestra tranquilidad, en nuestro espacio de paz, máxime cuando pretendemos alejarnos de la bulla y el nerviosismo cotidiano. Niños descontrolados y padres gritones o pasivos son la ofensiva que se quiere evitar en los lugares de vacaciones. Y en este punto la pregunta es: ¿Educan los padres a sus hijos en el respeto hacia otras personas? ¿Respetan ellos mismos las normas de convivencia social? La mente de los pequeños es materia moldeable, de tal palo tal astilla, luego las prohibiciones están justificadas.

«Diario Palentino, 16 de julio de 2017»