Igual aprendemos algo

     “La publicidad funciona para hacerte comprar lo que no necesitas, con plata que no tienes y poder impresionar a quienes no conoces”, repetida frase de Max Neef. Pronto hará un año desde el fallecimiento de este pensador visionario que hace décadas advirtió de la tragedia que supone, tanto para el género humano como para el planeta, la economía liberal y su ansia de superproducción puesta al servicio exclusivo de intereses comerciales. Nunca el liberalismo trabajó para el bienestar de las personas, ni tuvo en cuenta que formamos parte de un todo y que si un elemento se deteriora el resto sufre las consecuencias. Si esquilmamos el planeta, matamos a sus seres vivos y esclavizamos a los humanos algo fallará por algún lado, como está ocurriendo. La confusión radica en creer que poseyendo más cosas y más lujos vamos a ser más felices. Durante esta insospechada pandemia hemos ahorrado en ropa y calzado, viajes y otros prescindibles. Nos hemos agazapado, hemos sentido miedo al contagio y hasta desconfianza de nuestros vecinos y familiares. Tres meses dan para mucho. Con Diógenes podíamos pensar: ¡Cuántas cosas hay en el mundo que no necesito para vivir! Y, sin embargo, extrañábamos los abrazos, las caricias, la cercanía. Padecemos un nuevo síndrome neurológico que han denominado Hambre de piel. Pero la organización económica tan antinatural que nos hemos montado volverá a querer producir mucho para vender mucho, muchas industrias con muchos operarios semiesclavizados que gasten sus salarios en comprar lo que producen ellos y otros. Menos mal que algo de razón nos ha entrado cuando se ha aprobado un ingreso mínimo vital para compensar la merma de posibilidades de obtener un trabajo. Además, una nueva reclusión se aproxima, la del teletrabajo, desclasamiento total. Ya veremos que nuevas paranoias aparecen.

Diario Palentino, 27 de junio de 2020

Máximo 150

            Sigo con Robin Dunbar, ese reconocido antropólogo de Oxford que le da vuelta a todo. Ahora vamos con su número mágico. Dice Dunbar que 150 es el número tribal, el máximo de personas con las que podemos compartir, mantener relación, empatizar o comprender. A partir de ahí nuestro interés se diluye. Hasta 150 “somos nosotros”, y a partir de ahí “son los otros”. Así explica por qué consentimos que tantos seres humanos estén muriendo de hambre a diario. También que cambiemos de amigos y de gente con la que nos relacionamos; vamos renovando pero hemos de mantener el límite. Imagino que es algo parecido a la regla de oro del orden de Marie Kondo, si compras ropa nueva tienes que sacar del armario el mismo número de piezas. En la redes sociales pasa otro tanto, Facebook confirmó que las tribus virtuales se mueven entre 120 y 130 contactos, salvo quienes necesitan una sobredosis impostada de popularidad que, por supuesto, no pueden atender de forma individualizada. Por otro lado, está la exclusión del gorrón, “si eres malo y abusón y no cooperas, los demás no querrán tratar contigo y las hembras te rechazarán, y eso perjudica a tus genes”. Según sus conclusiones el cerebro de una especie depende de la importancia del grupo femenino que es quien mantiene la sociabilidad tribal. “El neocórtex se hereda solo de los genes maternos, no del padre. La abnegación materna mejora el éxito reproductivo. Ya lo dijo Aristóteles hacia el 350 a. C., los hombres son criaturas emotivas, las que piensan son las mujeres”. En su último estudio sobre cómo se mantienen la relaciones amistosas ha concluido que las chicas hablan mucho de sus cosas, sin embargo, las llamadas que se hacen los chicos son breves, solo para quedar y hacer algo juntos. Pero a la postre 150 es el tope. Sobre su antropología de las religiones, otro día.

«Diario Palentino, 14 de junio de 2020»

Ultradivinos y «destroyers»

      Hay quien se cree divino por el mero hecho de pensar y comportarse como los que se creen divinos. En política hay muchos de estos, personajillos que han sido ninguneados en su casa, tenidos por menos en comparación con sus hermanos más inteligentes y capacitados, o menoscabados en su autoestima por padres demasiado exigentes o ineptos educadores. El campo político de nuestro tiempo es perfecto para que puedan descollar y sacudirse los complejos. Dar una orden y que subordinados les obedezcan sin rechistar les debe provocar un subidón orgásmico inconmensurable. Si antes de ocupar cargos públicos no eran narcisistas el poder saca a luz esa propensión que ya tenían. Hoy no hay oratoria ni dignidad, falta poso cultural y altura de miras. Los extremos radicales son los más aptos para acoger a estos presuntuosos que insultan y muestran su músculo mental más visceral y egoico sin más utilidad práctica que la destrucción. O acaso sea ese el propósito. La derecha española nunca fue demócrata solo acepta el juego si gobierna, se considera depositaria directa del poder divino, sus elementos han nacido para mandar y para que nadie les mande. Son como el mal compañero de juego que si pierde se lleva la pelota porque es suya y no hay más que hablar. La derecha española no piensa en cooperación ni en reconstrucción solo en tomar el poder y construir su feudo sobre la democracia que haya destruido porque Su verdad es la que vale. El que no triunfa es un fracasado que no se esfuerza, no merece ni agua y mucho menos un Ingreso Mínimo Vital. Ellos, su clase y sus descendientes son los capacitados para dirigir, no quieren que les hagan sombra los hijos inteligentes de los pobres, si no pueden estudiar que trabajen, que les lleven las pizzas y les hagan los recados. Así es su orden divino.

Diario Palentino, 31 de mayo de 2020.

Hoy es domingo, brindemos

     «Necesitamos la proximidad y el contacto con nuestros congéneres para segregar las endorfinas que nos relajan y estimulan nuestro sistema inmunitario», dice Robin Dunbar, reconocido sociólogo y antropólogo de la Universidad de Oxford. Hasta ahí, casi nada nuevo, pero añade: «Los grupos sociales de primates confían en la unión para mantener la coherencia social, y para los humanos, aquí es donde una botella compartida de vino juega un papel poderoso», afirma, «porque las relaciones sociales nos protegen contra las amenazas externas y las tensiones internas, como el estrés. El consumo de alcohol podría ser clave en la supervivencia de la especie». El ilustre no entra en razones médicas ni en cuantías, ese es otro apartado a detallar. Pero, bueno, esta teoría nos sirve para justificar el exorbitado incremento de la demanda de bebidas alcohólicas durante el confinamiento: cervezas 86,5 %, vino 73,4 % y bebidas «espirituosas» un 93,4 % respecto a la misma semana de 2019 (Mº de Agricultura, datos del 6 al 12 de abril de 2020). Los sanitarios se esfuerzan en avisar de la imprudencia, pero las endorfinas nos hacen falta ante la carencia de vida social, baile, risas y abrazos compartidos. ¿Qué hace más daño la angustia o una copa de vino? Hacer botellón o tomar el vermut a través de Zoom es ya una cita obligada, una pauta en la agenda que esperamos con ilusión. Vernos, brindar, conversar en línea o tomar un rico aperitivo produce bienestar, no es lo mismo que en terraza o en una tasquita, pero ayuda a olvidar por unos momentos la turra del coronavirus y espanta el temor. Cierto es que no es obligatorio beber alcohol, quien se cuide que tome cero-cero o el humilde mosto infantil de toda la vida, lo importante es elegir en todo momento aquello que elimina la ansiedad y nos hace felices. ¡Salud!

diario Palentino, 17 de mayo de 2020.10

Vamos a hacer planes

        Si dicen los neurólogos que nuestro cerebro necesita veintiún días para asentar una conducta estable, una rutina o una creencia, pues no digamos lo que nos puede hacer una sesentena. No es extraño que las etapas del desconfinamiento se perciban como una amenaza, doble amenaza, temor al bicho que nos acosa y zozobra ante tener que dejar el nuevo espacio de confort que nos hemos visto obligados a construir. Muchas personas encuentran un problema en tener que salir de casa, hasta el punto de que algunos adolescentes preguntan si es obligatorio; se han construido un nuevo hábitat en las redes sociales, en los juegos, en la comodidad de su habitación donde a los molestos se les puede bloquear sin más. Las personas más mayores, los yayos, conscientes de su vulnerabilidad, tan machaconamente injertada en la mente por las autoridades sanitarias, temen más que a un nublado la hora de salir, para el verano ya veremos, dicen. A todos nos han puesto las pilas. Yo misma no me había percatado de que había pasado la sesentena, mi estado de salud no lo acusa y mi mentalidad se quedó en los cuarenta, de modo que el flashazo ha sido contundente al escuchar que el mayor número de contagios se aprecia entre los cincuenta y los setenta, ¡ojo! he dicho contagiados no fallecidos. En cualquier caso, nadie se ha librado de pensar en lo poco que somos, que un bichejo un nanométrico nos complique la vida. Pero la mente enseguida nos pone en ruta. Qué haré cuando esto pase, hacerme la estética, ponerme un implante molar, salir a ligar… Este tipo de retiros forzados parece que obra milagros, parejas que no se aguantaban ahora se adoran y viceversa, quienes ataban cortos sus dineros sueñan con tirar de tarjeta a muerte, otros muchos con recuperar su negocio o reinventarlo. Todo son tretas para despistar a la muerte, no me puedo morir tengo cosas por hacer.

Diario Palentino,  10 de mayo de 2020