Elogio a la mujer brava

“Estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan…, que exigen, piden, dan, contradicen y sólo se desnudan si les da la gana” Hector Abad.

En esta ocasión en vez de escribir mi propia abstracción, no puedo resistir la tentación de ceder mi espacio para transcribir una estupenda reflexión del escritor colombiano  Héctor Abad, que circula por la Red y que creo que debe llegar a cualquier lector/a.

“Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas”.

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema.

Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí –y en la fuerza bruta– ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado.

Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

¡Vamos hombres, por esas mujeres bravas!

Oro por que mis dos hijas sean de este maravilloso grupo y encuentren hombres que sepan apreciar a esta clase de nuevas mujeres”

HÉCTOR ABAD

«Periódico CARRIÓN, 31 de octubre de 2011»

¿Gastar menos o ingresar más?

diariopalentino.es

Elisa Docio

Este cambio histórico nos está enseñando más macroeconomía que todas las facultades juntas. Desayunamos con la prima y el Ibex 35. Es una suerte que mediante Internet podamos aprender todo, o casi todo, al menos lo visible, porque sólo el tiempo y la perspectiva nos dirán lo que en realidad se esconde detrás de tanta inestabilidad.
Sin embargo, no llegamos a entender, los no entendidos, la causa de que se proceda a reducir gastos en lo que más interesa a la sociedad y de tapadillo, en la complicidad de los intereses creados de representantes políticos, sindicales, consejeros, órganos y organillos administrativos, institucionales, cajas de ahorro y demás clacs, ocultan y acuerdan sus jugosos privilegios tirándose la pelota unos a otros en un desconcertante juego de culpabilidades inasumidas para distraernos aún a riesgo de incrementar su ya maltrecha proyección pública.
Pero la enjundia de la duda que no llegamos a comprender es por qué Ángela Merkel se empeña en que los Estados deben inyectar más recursos a la Banca, mientras la Banca sigue sin soltar un céntimo en préstamos, de modo que no se puede agilizar el mercado ya que éste requiere necesariamente dos partes y si nadie compra, nadie vende, luego no es necesario producir y por ende tampoco contratar trabajadores. Un círculo perfecto si lo que se pretende es producir parálisis para reiniciar un nuevo capitalismo en el que al final se regulará por la norma general de que «todos los días amanece un tonto, el caso es dar con él».
El segundo interrogante tan incomprensible como zozobrante, es por qué en vez que las administraciones gasten menos, no se propone primero que se gaste con mejor juicio y segundo ingresar más.
Tan solo se ha escuchado la voz de un millonario pidiendo que le cobren más tributos, pues como él mismo asegura, para sus trabajadores nominados la contribución a la Hacienda Pública es diez veces superior que la suya de acuerdo con la fiscalidad predominante, así se vuelve a dar certeza a otro refrán de mi abuela que decía «Dinero llama a dinero, pero es lo mucho a lo poco» y la bolsa del avaro nunca se llena.
Hasta que la cosas no vuelvan a tener el precio de su valor real y no el que algunos mercaderes, artificialmente, han hecho pagar por ellas no veremos la luz.