Con las noticias de la aparición del Coronavirus hemos vuelto a activar el botón del pánico. Se cancelan vuelos y cruceros, desconfiamos del estornudo de nuestro vecino en el ascensor, desplegamos las antenas para estar bien informados del avance, recelamos de cualquier respiración sospechosa, no sabemos si contratar las vacaciones. Cualquier novedad sobre China nos alerta, hasta el asiático que regenta el bar de la esquina avisa de que no ha estado allí y no se puede permitir ni un resfriado porque sería su ruina. Surgen los chistes y las bromas persecutorias a la par que el miedo. Se repiten las mismas conductas siguientes a los ataques terroristas, cuando cualquiera con aspecto musulmán era un apestado. Hace pocos días un dron desconocido activó los protocolos de emergencia en Barajas; en unas horas fueron desviadas dos docenas de aviones a otros aeropuertos y se cancelaron otros tantos vuelos. Los medios de difusión son incontables. China es un país oscuro en cuanto a transparencia informativa, si dicen que ya van mil muertos, pueden ser el doble, el triple… Entre mil cuatrocientos millones unos miles más o menos no hacen mella. Algunos aprovechan para tomar decisiones con fundamento dudoso, como la cancelación del mayor congreso internacional sobre móviles que se iba a celebrar en Barcelona y que supondrá, calculan, una pérdida de quinientos millones de euros en alojamientos y servicios. ¿Quién sabe? Ni hoy ni antes los virus conocen fronteras. Ya las obvió en el siglo XIV la Peste Negra que, procedente de Asia y esparcida por Europa y África a través del comercio, se llevó un tercio de la población europea. En ultramar sufrirían sus propios bichos. Lo que nos yace en el fondo es puro temor a la muerte, tal vez debiéramos revisar nuestra relación con ella.
Diario Palentino, 16 de febrero de 2020.