Atracón de polvorones

          Vuelve la Navidad con sus luces y sus sombras. Tarjeta de banco en ristre y bolso en bandolera nos lanzamos a la calle dispuestos a cargar con mercaderías para comer y regalar. Son fechas estupendas para salir a consumir bajo la excusa perfecta de agasajar a nuestra gente y darnos el atracón. Adeptos y adeptas, ilusionados con cumplir la tradición, sacamos manteles y ajuares, un poco de la abuela y unas velas de IKEA. Ponemos el árbol, acaso el Belén y en la puerta un acebo con cartel de bienvenida. Después viene la fase invisible, la preparación mental para las juntetas en cenas y comidas familiares, porque la familia es una maravilla, y como reconocen, por fin, los psicólogos una maravilla llena de conflictos atragantados. A las pequeñas guerrillas medio afectuosas, medio competitivas que ya discurrían entre hermanos, se suman los cuñados, que vienen de otras maravillosas familias con sus propios ajuares dificultosos, lo que suele necesitar silenciosas operaciones de acomodo y añusgue para mantener la calma y no acabar tarifando. No digamos si hay pequeña prole de esa maleducada, consentida e irrespetuosa que viene ahora patrocinada por padres tan insoportables e indolentes como sus retoños, de tal palo, tal astilla. Pues sí, señoras y señores, siento derribar el mito de las macrofamilias felices. Si eso existió fue hace tiempo, cuando los niños respetábamos a los mayores y estábamos adiestrados en mantener nuestros caprichos regulados, y cuando un grado de tolerancia extrema y respeto presidia la mente de aquellos adultos maduros que sabían valorar lo importante: armonía y disfrutar. Si no hay voluntad de paz, mejor pocos y bien avenidos. Las obligaciones de sacrificio pasan factura en el cuerpo.

«Diario Palentino, 16 de diciembre de 2018»

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