No sé si me equivoco porque no me muevo, pero por lo que oigo contar debo ser la única que queda en la ciudad sin intrusar. Soy una rotonda y sirvo para ordenar el tráfico en un cruce de cinco calles. Luzco adorno de césped y flores que con amor me colocan los jardineros municipales en cada temporada. Me veo bonita y así me lo dicen al pasar. Transmito belleza natural a los conductores que sin darse cuenta reflejan en su retina esa imagen florida que ven de reojo cuando me rodean. No alojo obstáculos ni elementos que distraigan el buen tránsito, ni que supongan un riesgo mortal si algún coche desviado me salta por encima. Me ubico entre dos preciosos parques emblemáticos, el Salón y la Huerta de Guadián. He oído que a mi compañera, la siguiente, la que armoniza la circulación de otras seis calles céntricas, la han invadido con un conjunto escultórico tan abigarrado como trasnochado y patético. No importa a quien sea dedicado tal honor si el agasajo se convierte en horror. El run-run ha sonado en mi círculo durante meses. He oído rezar a los conductores a su paso: “¡ojalá que ésta no la toquen!”. “Buscaremos rutas alternativas para evitar el espectáculo a los amigos que nos visiten los próximos sanantolines”, dicen. Pasa por mi lado a diario una vecina de aquella rotonda, y cada día maldice la ocurrencia que tiene que ver cada mañana al levantar la persiana y encontrarse la deprimente representación de un hombre agonizante sostenido por un cireneo que lo acompaña hacia una chirriante construcción en forma de pórtico a la nada. Igual la congregación de San Juan de Dios se merecía un homenaje menos arbolario y que transmitiera la alegría de ayudar a los demás. Roguemos por la integridad de la rotonda virgen.
«Diario Palentino, 04/02/2018»