Cuándo la palabra era ley

avaro“Quién se come los propios compromisos tira por el desagüe su honor y su crédito personal”

            Tengo un amigo, oriundo de Villarramiel para más señas, que emigró a Barcelona casi adolescente para encontrar lo que su tierra le negaba, como ahora hacen nuestros hijos. Durante cuarenta años trabajó duro y entró en el negocio de la moda hasta conseguir una solvente empresa familiar con tiendas, incluso en las Ramblas, qué no es poco. Pero, lo más admirable de mi amigo es que no se jacta de sus triunfos comerciales ni económicos, sino de su buen nombre; de la satisfacción que le produce ser querido y creído por todos aquellos con quienes ha mantenido negocios y tratos a lo largo de su trayectoria empresarial. Decir su nombre es seña de seriedad y de solvencia. Ah, y mi amigo apenas tuvo ocasión de ir a la escuela.

            Mi abuelo decía que más vale tener crédito que tener dinero, si tienes lo primero, lo segundo vendrá cuando lo necesites. Pero hay quién tira por la borda su nombre familiar y deja que se lo pisoteen los acreedores a quién no paga porque se comprometió con palabras que luego se traga argumentando que por escrito no hay nada. Son muchos los que corren la suerte del avaro al que sangraban las uñas de tanto contar una y otra vez la calderilla en solitario; malvivía, malcomía y le encontraron tieso enterrado en su dinero.

            Quién falta a los propios compromisos puede llegar a convertirse en un ser peligroso que no se atiene a sus principios ni a sus valores si se le cruza otro interés más rentable en su camino. No se sabe qué sería capaz de hacer, hasta dónde llegaría si las circunstancias se presentaran; mataría, robaría, denunciaría al vecino para arrimarse sus bienes, mentiría, cambiaría de bando… ¡Quién sabe! Saltada la barrera de la lealtad, todo cabe.

            La corrupción que nos rodea tiene campo abonado sobre la flojera moral y aligera las conciencias de la pesada carga del mal hacer. Para aquellos jóvenes, y no tanto, que solo aman el dinero fácil, la trampa y la mentira son instrumentos cotidianos. No les valen los acuerdos concertados después de las negociaciones; si no está escrito y firmado, si no es exhibible ante un juez de lo dicho no hay nada. Pobres hombres sin palabra, con dinero y sin honor. Quién hablará bien de ellos en su entorno social, quién se sentirá orgulloso de sentarlos a su mesa, quién lisonjeará su persona cuando les llegue el día de las alabanzas. Salud a discreción. 

«Diario Palentino, 13/09/20152

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