El provincianismo catalán

list_321px“No se entiende ese afán de querer ir de más a menos”

            Con sus defectos y virtudes nos está tocando recorrer una etapa de globalización en la producción, de concentración de la población mundial en grandes núcleos urbanos y de poderes supranacionales; la Unión Europea, el FMI o los mega bancos continentales. Tendemos a lo grande, a lo inmenso casi. Las comunicaciones, los transportes y la movilidad rompen fronteras como si fueran telas de araña. Con un solo dedo un dron nos vigila, nos lleva un paquete o nos ataca, desde el aire. Y en medio de este panorama, como por reacción, surgen con virulencia movimientos independentistas que proponen desmarcarse de la deriva general para volver a ser nimios, insolventes, enanos y comenzar de cero.

            El llamado nacionalismo catalán procede del medio rural, siempre sociológicamente más retro. La cosmopolita e intelectual Barcelona no puede desear un repliegue en su prestigio cultural e intelectual bien ganado durante siglos. Tampoco las urbes industriales, ni sus empresarios ni sus trabajadores debieran permanecer en silencio ante tamaño descalabro para sus economías; tendrían que abrir nuevos mercados, sus producción se colapsaría si en el resto del país no consumimos lo que ofertan, o su pertenencia a España dejara de ser un referente de solvencia para los compradores externos.

            La guerra del idioma es todo un esperpento. Una pequeña lengua, con reducido acervo literario y que en la propia Cataluña apenas supera 5 millones de hablantes dispersos fuera de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona, se enfrenta a los más de 500 millones de hispanohablantes repartidos en todos los continentes, a toda una macrocultura literaria, cinematográfica, historiográfica y científica de formación milenaria. Es que, ojo, incluye toda latinoamérica. Increíble, ánimo tienen, desde luego.

            Pero, con independencia del respeto que debemos a las singularidades, lo más incomprensible es el planteamiento belicoso y xenófobo contra el resto de España, como si gallegos, asturianos, andaluces, canarios, extremeños, peruanos, chilenos, argentinos, etc.,  odiaran a los catalanes y les desearan lo peor. Parecen alimentarse de un complejo de superioridad a la par que exhiben un victimismo lamentable. Muchos siglos de historia común nos han hermanado, hemos sufrido, llorado, reído y crecido juntos, nos queremos. ¡A qué viene tanto espectáculo!

«Diario Palentino, 26 de julio de 2015»

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