“Aquella ley por todos aprovechada y por nadie denunciada fue la piedra originaria de la inmensa duna bajo la que estamos enterrados”
Por si alguien aún no se ha enterado del agravante de nuestra trágica historia económica reciente, allá va un apunte más. Una ley, tan solo una ley, anunciada a bombo y platillo como la que traería el progreso económico, la que nos abriría las puertas a un paraíso de crecimiento y expansión como nunca antes se había visto.
Una ley que en voz de su creador (Sr. Aznar) “convertía España en un solar edificable” saltando por encima de la ética y de la estética, invadiendo patrimonio costero, ocupando con urbanizaciones terrenos altamente productivos, atacando sistemas ecológicos.
Aquella ley, sin ningún rigor, que supuso un cheque en blanco para desalmados y especuladores de todo tipo, que hizo crecer grúas y farolas donde antes crecían árboles y setas, que cambió la hierba por asfalto y llamó a millones de inmigrantes laborales que llegaban por tierra, mar y aire, y hasta en los maleteros de los coches, hoy dejados en las cunetas como material humano inservible.
Pero también aquella mágica Ley del Suelo nos trajo a esos otros…, los de las mafias rusas y del Este de Europa que desde sus mansiones aisladas en primera línea de playa dirigen la especulación, el narcotráfico, la prostitución y el blanqueo de dineros sucios mientras se toman un daiquiri rodeados de esclavas junto a la piscina de diseño mirando al mar y escoltados por sus matones, tal cual película americana-USA.
Se echaron las campanas al vuelo, se creó un sueño efímero de crecimiento productivo, se acabó la miseria, éramos ricos. Los agentes bancarios cobraban jugosas comisiones por embarcarnos en arriesgados préstamos. Gozábamos tanto y tan deprisa que no tuvimos tiempo de leer la letra pequeña, esa que ponen lo que pretenden no perder nunca. También se equivocaron.
En medio del campo crecían urbanizaciones de casas clonadas como cuarteles militares. En las arcas municipales, autonómicas y estatales entraba a raudales el dinero de autorizaciones, licencias e impuestos, dinero que salía a la misma velocidad con destino a macro obras con firma de autor, carísimo mantenimiento y más dudosa aún utilidad. Era la fiebre de descubrir placas inaugurativas, al estilo franquista, con el nombre del político de turno, como si hubiera puesto algo más que “administrar” recursos de los ciudadanos.
Aquél despropósito, aquella ley por todos aprovechada y por nadie denunciada fue la piedra primera y originaria de la inmensa duna bajo la que estamos enterrados. Cuando llegaron los vientos a contracorriente nos pillaron entretenidos y dispersos, entregados a la orgía del sumo consumo. Siglos ha que del mismo modo cayó el Imperio Romano… y el Bizantino, pero no aprendemos. La piedra en la que tropezamos es siempre la misma, la de la vanidad y la imprevisión, la de los pésimos gestores de la cosa pública, la que va haciendo la duna mientras nos tienen entretenidos entre el fútbol y la playa
Pero somos pueblo, y delegamos, elegimos, entre los que nos dejan, a nuestros jefes tribales. ¡Cuánto daño pueden hacer a un pueblo las decisiones erradas, las ocurrencias!
La salud de una sociedad no se puede dejar en manos de quienes no han demostrado una esmerada cualificación, sí exigimos a los médicos una larga carrera, un MIR, una especialidad y una oposición ¿por qué no se requieren unas pruebas fiables de aptitud para quienes tienen que tomar las más comprometidas y difíciles decisiones sobre nuestro presente y el de generaciones futuras? ¿Qué ruina vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Cómo se escribirá mañana la historia de hoy? «Periódico CARRIÓN, 1ª quincena de julio 2012»