Demasiada tensión, exceso de noticias negativas; las medidas del Gobierno, otra caída bursátil, los disturbios en las calles de Grecia, el Papa pregonando contra el matrimonio homosexual mientras su clero escandaliza al mundo con nuevos escándalos de pederastia, Gran Bretaña estigmatiza los billetes de 500 euros, las cifras del paro, Garzón suspendido en un ambiente que hace dudar a la ciudadanía, la ira de sus defensores , la movilización y radicalización de quienes pretenden juzgar los crímenes del franquismo, los empleados del sector público se mosquean, los sindicatos… ¡Ay los sindicatos!
¡Ojo! en algún partido político se frotan las manos hasta la calentura. Cuanto mayor sea la sensación de inestabilidad mayores posibilidades de crear confusión, de tapar escandalosas «presuntas» corrupciones, de quitar de en medio elementos molestos que quieran revolver en heces pasadas, de abrirse un camino saltando por encima de la dificultad.
Debemos mantener la calma, es lo que haría un cuerpo de ciudadanos maduro, capaz de analizar que la situación de nuestro país está inserta en un contexto internacional, que no estamos solos, ni somos los únicos, que estamos financieramente mejor incluso que Francia, Holanda o Italia, por no hablar de los muchísimos países que están peor en la misma Europa.
El catastrofismo y la división radicalizada de opiniones siempre acaba dando beneficios a quienes tengan menos escrúpulos. No lo perdamos de vista.
Comparto muchas de tus reflexiones, pero no es menos cierto que las renuncias tienen un límite, que hay ciertos principios, consustanciales con nuestra forma se sentir y pensar, que no pueden ser zarandeados de continuo. Y menos por quienes se proclaman sus abanderados.