No nos gustaría llegar al convencimiento de que en este país se premia a los inútiles, a los delincuentes y a los «pelotas» sobre las personas válidas, inteligentes, trabajadoras y valientes, como parece que se percibe desde la ciudadanía. Para evitarlo hay que exterminar los malos modelos a imitar para las generaciones que un día deberán tomar el relevo, porque de sus actos derivaría un sufrimiento generalizado. Ya se sabe, lo que hoy sembramos, mañana recogemos.
Y nunca mejor comprobado que en el presente, estamos padeciendo lo que algunos o muchos cortos de vista obviaron involuntaria o deliberadamente durante bastantes años atrás. La economía pública no puede ser flor de un día.
Una observación inteligente que se ha oído pronunciar en política se la debemos a una mujer, Hillary Clinton:
“La diferencia entre un simple político y un estadista
, es que el político sólo piensa en las próximas elecciones, mientras que el estadista piensa en las próximas generaciones.»
No sabemos si ella lo practica o solo teoriza, lo que está claro es que a lo largo de la historia los estadistas han sido y son «rara avis».
Ese es el grave fundamento de la falta de confianza de los ciudadanos en la clase política que gobierna el mundo, la cerencia de estadistas. Desechemos ya la sentencia atribuida al Conde de Romanones: «En política quien dice vocación dice ambición» y todo cambiará.