El emperador de azabache y la novelista desconocida

nobel

La respetada y respetable academia sueca ha dado un paso más en cuanto a valentía se refiere al saltarse otra vez lo que se esperaba como académicamente correcto. Las quinielas han fallado y la sorpresa ha vuelto a poner de los nervios a países, autores, editores, patriotas y otros prototipos del espécimen vanidoso al que pertenecemos.

Así la Academia sabe conservar su categoría frente a la proliferación de títulos, medallas, homenajes, reconocimientos, menciones, premios y otros actos de imposición de laureles que, convenientemente manipulados, alimentan la necedad de la vanidad del pavo real, pequeño cuerpo, minúsculo cerebro y mucho plumaje, es como imaginamos el placer de los políticos descubriendo una placa que dice que bajo su mandato se hizo tal cosa o que una calle recibe su nombre.

Y es que de tanto querer destacar lo indestacable y de tanto buscar titular estamos tapando el oro con la paja. Confundimos el verdadero valor de las medallas olímpicas de nuestra Marta Domínguez, motivo per se de orgullo patriótico nacional y especialmente para las mujeres palentinas, que sola a pulso y de su propio cuerpo las ha ganado, con los encargos de publicidad institucional encabezadas por las fotos de políticos que viven a cuenta Erario público.

Obama, hombre negro procedente del tráfico de esclavos africanos, Presidente de los EEUU, y que en pocos meses ha tendido más puentes a la paz y a la igualdad que todos sus antepasados juntos, es también un motivo de orgullo de congénere. Ha sabido responder que aún no ha enunciado más que proyectos y ninguna realidad pero que entenderá el Nóbel de la Paz que le otorga el Instituto Noruego, como un impulso de ánimo para conseguir los propósitos expuestos.

Y una mujer, Herta Müller, novelista ajena al mundo de los grandes nombres, salta por encima de soberbias cabezas multi-político-presentes y se coloca el Nobel de Literatura. Ahora el mundo entero sabe ya quién es. El premio a un trabajo callado, sufriente, auténtico, a pie de obra, que nunca se ajustó a las necesidades de mercado ni a la demanda de los lectores para que sus editores ganaran mucho dinero. Nunca escribió un libro por encargo ni oportunismo, como suelen hacer los famosos cuando ya las luces de los flashes.  «Diario Palentino, 11 de octubre de 2009»

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