“La perversión más sibilina ha sido intercambiar “igualdad” (capacidades) por “paridad” (números)”
El discurso de la igualdad está convertido hoy en instrumento útil en boca de los políticos con un solo objetivo: obtener el cotizado, por numeroso, voto de las mujeres.
Como todos los años por estas fechas es tiempo de balances. Acaso durante dos o tres días los voceros instituciones y los medios de comunicación se vuelcan en analizar la situación de la mitad de la población del planeta. Pero no hay despegue. El discurso de la igualdad está convertido hoy en instrumento útil en boca de los políticos con un solo objetivo: obtener el cotizado, por numeroso, voto de las mujeres.
Como en todo sistema que ve peligrar su estatus de poder, quienes no están dispuestos a ceder el mando caen en la tentación de pervertirlo. La igualdad se está cerrando en falso. Los altos cargos públicos de dirección y responsabilidad son inaccesibles para las mujeres, la connivencia de los gobiernos con las religiones cierran el paso como un murallón al crecimiento de ellas, da igual el Islam que el Catolicismo, da igual los imanes que los obispos, da igual los políticos de izquierdas que de derechas que de ninguna parte, es lo mismo en empresas machistas que en las que pregonan la responsabilidad social corporativa, último invento publicitario. Las capacidades bélicas del macho humano para defender el territorio saltan virulentas ante la más mínima amenaza.
No hay más que coger un periódico cualquiera, ver portadas y pasar páginas contando presencias y presidencias, mesas de reuniones, negociaciones, toma de decisiones, imágenes y nombres y más nombres de hombres (¡así nos va!).
Pero la perversión más sibilina la han conseguido los detentadores de poder que a base de trampeo en la mesa y en el juego, han logrado intercambiar “igualdad” por “paridad”, porque en la igualdad no caben las tontas pero en la paridad sí y donde hay una mujer nula el hombre mediocre de al lado brillará más. Han sustituido igualdad en razón de capacidades por paridad, simple cuestión de número.
En el panorama de la política nacional, con cientos de hombres al frente, solo dos mujeres ocupan el número uno, Rosa Díez y Esperanza Aguirre. Mujeres, con las que a pesar de las importantes diferencias ideológicas que me separan, me une una cierta solidaridad de género para defenderlas, al igual que hacen los hombres entre sí, y si no véase como les ha sentado a algunos vociferantes demócratas que la mujer iraní haya decidido cumplir la sentencia de cegar a su agresor, eso es solidaridad de género masculino. Estas dos mujeres políticas son tratadas y recriminadas diariamente por practicar el juego masculino de la insidia política, por hacer y decir lo mismo que los políticos varones hacen y dicen todos los días. Mujeres que han tenido que romper cristales y desmarcarse del dominio macho de sus partidos para poder tener voz propia y no ser la escoba o la secretaria al dictado.
Pero a los hombres que mandan les gustan sumisas y calladas. Unas dedican su vocación en las parroquias y otras son explotadas en el voluntariado de otras organizaciones, sean partidos, ongs, colectivos ciudadanos o cualquier ámbito en el que haga falta gente para preparar el escenario, meter las invitaciones en los sobres y tener todo listo para que al estrado se suba el protagonista, el rey de la creación, el hombre.
La generación femenina de oro de siglo XX, formada en la lucha convencida por la igualdad de derechos y vislumbrando por primera vez la posibilidad real de conseguirlos, portábamos la dignidad como fondo de nuestra bandera frente al otro camino, el atajo que ya existía desde siempre y era precisamente el que nos desmerecía, peleábamos hasta la agresividad y desde luego no teníamos coño político. Pero los “dueños” de los partidos han conseguido colar una segunda generación de nuevas obedientes sumisas y agradecidas dispuestas a sacar el pompón de fans para festejar a sus ídolos o ladrar cual perrillos falderos si alguien se acerca peligrosamente a sus amos, tendrán su jugosa compensación.
Véanse las portavoces, penita de Cospedal, mujer escudo de Rajoy para dar la cara. Y la sorprendente afirmación de Oscar López en su “paso de cuotas” con lectura altamente peligrosa para un socialista que se come incluso la paridad y con hechos demuestra en sus nombramientos que considera que hay una diferencia de capacidades con merma de la presencia femenina en lo público.
El discurso progresista de igualdad es y ha sido desde luego valioso para la defensa de la mujer, pero funciona con el mismo lema de los déspotas ilustrados “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Conseguido el proteccionismo se va convirtiendo en un discurso lineal con olor a rancio que suena a ecos vanos y que tiene como frontera la línea de poder. El acceso de la mujer a los altos cargos institucionales de decisión y representación está totalmente contaminado. “Diario Palentino, 8 de marzo de 2009”