Morir en Palencia

Cementerio viejo. Hoy Parque de la Carcavilla. Foto CLGG

“Exportamos lo mejor que tenemos, nuestros hijos, la posibilidad de creación y de procreación. Y no importamos nada, a nadie.”


Basta con ir un martes por la noche al cine, aunque sea para ver una superproducción de cartelera, y nos daremos cuenta de la omnipresencia del cementerio castellano que todo lo impregna. Cómo para hablar de repoblación rural estamos. Y cuando digo noche estoy hablando de la diez, no más. En la céntrica calle Burgos solo suena la cencerrada de una chapa de hierro tirada en el suelo y que estruenda a cada paso de un vehículo por encima de ella.

Y Palencia no es más que una, cada día más insignificante ciudad quejumbrosa y lloriqueante, de otras muchas que conforman Castilla y León. Algunas habilidosas han sabido buscarse la vida de diversas formas. Salamanca, con sus treinta y cinco mil estudiantes foráneos, es un referente universitario internacional. Segovia, convertida en barrio rico de “finde” del Madrid pudiente, no solo sobrevive, además crece y vislumbra un futuro residencial, medio culto y cosmopolita. De Soria, Ávila y Zamora, por su insignificancia y merma mejor ni hablamos. León oscilante de pueblo a ciudad y de ciudad vertida a los pueblos del alfoz, atrapada en un nacionalismo ñoño sin percatarse de que una idiosincrasia singular solo se puede defender con poder económico, con ”pasta”. Burgos, beneficiada por la ubicación estratégica, parece que puede mantener su despegue industrial.

Y Valladolid, el gran Valladolid, madre, padre, incubadora y cuna de la derecha más contumaz e inamovible, la de la fe ciega en su propia creencia, la que deja en testamento su ideología generación tras generación. Sede enraizada del Partido Popular, creciendo antropofágicamente a costa de todo y de todos se comporta como un inmenso Saturno devorando a sus hijos en un crecimiento urbanístico tan desaforado como espantoso. Sin recato y a golpe mortal de garrote urbanizador edifica salvajemente vaguadas y laderas intrusando la colindancia, mientras despide un extraño aroma a no se qué tufo de contaminación político-burocrática cerrada en una estrecha trama tan difícil de aflojar que es imposible encontrar el cabo suelto para tirar del ovillo.

Uno de los remedios que apuntan las naciones para acabar con la crisis es la vuelta al proteccionismo mercantil, acudir de nuevo al cierre de fronteras comerciales para proteger la producción nacional frente a la invasión de productos de consumo extranjeros. Sólo que ahora las fronteras no serán físicas sino psicológicas y de creación publicitaria. ¡Qué error! ¡Qué horror! El salario de un puesto de trabajo desempeñado en España por un trabajador español en una empresa multinacional francesa o americana es pagado con euros de idéntico valor a los que percibe el camarero del bar de la esquina. A la hora de comer, a su familia le da igual el aspecto que tenga el empresario. Un Megane producido por la multinacional francesa Renault en la planta de Villamuriel-Palencia-España para comercializar en el mercado mundial, ¿Qué es?

En tiempos de amenaza, de escasez nos volvemos tacaños, puede que hasta mezquinos, hacemos y decimos cosas que delatan nuestro verdadero ser animal selvático de supervivencia. Los insignes ciudadanos del mundo del bienestar, (en el tercer mundo se denominan “pobladores”), tememos pasarlo mal en nuestra holgada vida y cerramos la despensa a la vista de los demás, la despensa propia y la nacional. Mío. Mío, mi tesoro.

Con la llegada de la crisis, la muerte lenta de Castilla se acelera, no nos engañemos, solo será el catalizador de una muerte anunciada, no una causa, no pasa más, de morir despacio a morir de repente. Sobre preferencias agónicas no hay nada escrito. En Castilla y León somos especialistas en exportación. Exportamos lo mejor que tenemos y lo que con más amor producimos, nuestros hijos, y con ellos exportamos la posibilidad de creación y de procreación. Y no importamos nada, nada a nadie, en absoluto. Si nuestra Comunidad desapareciese del mapa nacional ni un ápice se resentiría España, casi mejor pensarían muchos, puesto que poco o nada aportamos, solo pedimos que nos den unas miguillas de lo que producen otros. Para desahogo la historia nos consoló convirtiéndonos en cuna de la fe y reserva espiritual de occidente. Será que nuestro reino no es de este mundo. “Despertad gente tierna…”»Periódico CARRIÓN, 2ª quincena de febrero»

*Foto CLGG

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