Entre lo que queda y lo que pasó

conejoreloj

La vida nos tiene entretenidos en quehaceres diversos, unos por necesidad, otros por devoción. El caso es que nuestro tiempo se ocupa, se derrocha, se pierde o se invierte según decisión y afición de cada cual.

El tiempo es oro dicen los suizos, mientras fabrican relojes para medirlo con rigor y acuden a sus citas con increíble puntualidad: – tres minutos antes no es la hora, tres minutos después, tampoco lo es-.

El tiempo se enfadó con los merendadores del cuento en Alicia en el País de las Maravillas, porque en su tertulia dijeron que estaban matando el Tiempo. Les dejó siempre tomando el te y en su condena se desplazaban continuamente de un cubierto a otro de la mesa para seguir tomando el té indefinidamente.

Perder el tiempo es la especialidad del ser humano. En los documentales de la National Geographic los animales se nos presentan, o buscando y capturando alimento o solazándose en la naturaleza. Solo los seres autodenominados racionales nos buscamos ocupaciones a medias tintas. Por la belleza o por la salud nos ateclamos. Por intentar incrementar nuestro acerbo cultural nos tragamos conferencias, charlas y clases de extremo aburrimiento, o leemos textos seudointelectuales mientras pensamos lo bien que estábamos echando una buena siesta.

Y a lo largo de nuestra accidentada existencia, pues la vida se nos presenta a trompicones, vamos recorriendo ese trazado de recta curvilínea que comienza cuando nacemos y termina cuando fenecemos, de tal modo que cada año que pasa nos queda atrás más geometría recorrida y por delante menos trazado por recorrer.

Las experiencias vitales, buenas o malas, se conservan frescas durante un tiempo, son productos perecederos de nuestra existencia, después se acartonan, se quedan secas como la mojama. El amor, el dolor, la pasión, el sufrimiento, penas y alegrías, cada cual en su página apergaminada llegan a formar nuestro el libro de la vida que vamos cargando a nuestra espalda. A veces nos parece riqueza, a veces carga.

Hay grandes volúmenes de ricas y cundidas existencias, pero también los hay pequeñitos, casi en edición de bolsillo, los de apacibles y complacientes vidas rutinarias que han optado por una recta sin apenas desviaciones hasta su final, como las aguas de un lago que nunca se ven agitadas por mareas lunares.

En nuestro ensayo de balance anual los viejos recuerdos nos van pareciendo ajenos, como si de una película se tratase. Aquella persona que vivió, disfrutó o soportó tal experiencia parece otra en nuestro recuerdo, somos pero no somos, nos recordamos en aquella circunstancia y en aquel lugar, pero los detalles y las sensaciones aparecen menguados, amortiguados, tal vez cribados por la memoria selectiva que se libra de aquello que nos estorba, y sin embargo cada página nos transporta en el tiempo como un viaje al pasado. –Yo, ya no soy lo que era- decía mi abuelita cuando tenía ochenta años, y a pesar de ello remontaba las laderas de su pueblo de montaña con bríos insospechados para su edad y costumbre. Era como si el recuerdo de su infancia en la casa paterna la insuflara una juventud inapropiada para su edad, después, acabada la incursión y de vuelta a la ciudad retornaba al aspecto y energía propios de su edad de pergamino. Una especie de despertar improvisado y circunstancial.

El pasado, nuestro pasado riqueza o carga, nos ha hecho como somos, pero no hay que llevarlo ni sobrellevarlo con nosotros, ni mucho menos tenerlo siempre presente, hay quien se empeña en engarzarse y rememorar constantemente o imaginar situaciones de si en cada bifurcación hubiese elegido el otro camino, el que dejó. Lo sabio es dejarlo aparcado en el estante e ir añadiendo páginas vitales, cuantas más mejor, más larga vida, los ácaros deben quedarse ahí, prisioneros entre las tapas del cuaderno. Fuera, bajo la luz del día del momento presente hay muchas cosas que hacer, mucho futuro, muchos proyectos, amigos y gente interesante. Las coplas de otros tiempos son solo para de vez en cuando y a modo de historia. Salud y bienestar en el nuevo año. «Diario Palentino, 4 de enero de 2009»

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