Política y políticos

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“El exceso de personalismos nos hace pensar que se olvida la función y la batalla es personal”


La “clase política” no abandona las portadas de todas las noticias, máxime en tiempos de crisis, cuando los ciudadanos volvemos nuestros ojos hacia quienes nos gobiernan en la expectativa de que sepan remediar lo que no supieron preveer ni evitar.

Sin duda la tarea del político es difícil, deben responder con escasos recursos a las muchas demandas de los ciudadanos convertidos en votantes por mor de la democracia, y por esa razón portadores del derecho prioritario a exigir el cumplimiento de las promesas que les indujeron a votar una opción determinada.

El trabajo político consiste en plasmar lo prometido, que ya es bastante. Los ciudadanos apenas se ocupan de cómo se llega a los resultados, en política no se valoran esfuerzos sino solamente hechos. Por eso las batallas internas en el seno de la formaciones políticas lo único que consiguen es dar la imagen de que se está desatendiendo la cosa pública en discordias peregrinas.

Pero somos humanos y por tanto pecamos de vanidad in extremis, queremos la foto de primera página, los halagos y nuestro nombre en titulares, esa es la perdición y el desenfoque. Si se tuviera clara la distancia entre política y políticos, los personalismos pasarían a un segundo plano, a fin de cuentas los individuos tan solo son los portadores y ejecutores de ideologías adoptadas que no han elaborado, y están ejerciendo un poder prestado que es el de los votantes.

En el seno de los partidos se confunden demasiadas cosas que al ciudadano poco interesan, porque éste solo desea que quien le gobierna sea de los mejores y le procure los beneficios que espera a cambio de vivir en sociedad. A su vez los partidos políticos requieren un gobierno interno que optimice su utilidad, que elabore las estrategias para ganar elecciones, que perfile y difunda el mensaje ideológico. Pero estas formaciones cobran vigor y envite cuando están en la oposición porque es su destino y fin pelear por ocupar el poder para ejecutar el programa. Sin embargo se ensombrecen y pasan a un segundo término cuando se gobierna, porque se supone que se está en condiciones de ejecutar lo que se preconiza. De ahí la cuestión del liderazgo interno, el partido se somete y diluye bajo un único mando concentrado al servicio de la causa común del poder.

No obstante, a veces, el exceso de personalismos nos hace pensar que se olvida la función y la batalla es personal. La prensa dirige el debate público a base de titulares llamativos, “que venden”, y deriva lo que debiera ser una discusión sobre eficiencia de gestión hacia meras peculiaridades personales de los candidatos, sea para cargos institucionales o meramente internos, de modo que se va creando una trama de ataques y defensas totalmente personalizados, ignorando que el tema giraba en torno a las aptitudes para desempeñar un cometido adecuado.

La otra gran confusión usual es considerar que los gustos de “las bases” de la peña representan la simpatía general de los ciudadanos votantes. Con frecuencia se oye que el candidato que los partidos eligen para su representación, interna o su volcado público con fines electorales, no es el mejor valorado por los votantes sino el que más capacidad de poder tiene internamente para situarse estratégicamente en las candidaturas o el que más fans arrastra entre la militancia, posponiéndose a un segundo plano de valoración sus cualidades y capacidades para la función que deberá hacer frente.

Sobre estos postulados generales, los partidos políticos de nuestra democracia, todos sin excepción, parece que se pueden permitir el lujo de perder votos a raudales, dilapidarlos. Mejor dicho, los votos como el dinero no se pierden, los que no están en un lado están en otro, se los encuentra el contrario.

En la empresa privada no se consentirían esos derroches de recursos, pero en los partidos políticos no hay controles de calidad ni sistemáticos ni esporádicos, por eso la ley de la jungla impera, por eso la política se resiente en la valoración ciudadana a través de sus políticos, por olvidar que los únicos protagonistas son los ciudadanos, y el único objetivo servirles con los mejores y de la mejor manera al alcance de la mano. Habrá que incorporarles de nuevo el personaje que llevaba consigo Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, para que le dijera al oído: “Philippe memento quod sis mortalis”

«Diario Palentino, 16 de noviembre de 2008»

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