Éxodos

“La despoblación rural es un fenómeno sin marcha atrás”


A veces en el teleclub de algún pueblo se oye aquello tan socorrido como inofensivo de:- Alguien tiene que hacer algo- ¿Pero quién? Los pueblos de Castilla y León y en general del norte peninsular, merman si remedio. Cada nuevo censo confirma lo que sus habitantes saben, porque antes de que lleguen las cifras de Estadística muchos corporativos ya han echado las cuentas del balance anual de la población que gobiernan.

La despoblación es un fenómeno sin marcha atrás. Cualquiera que pise suelo rural lo entiende porque lo ve, lo huele y lo respira, lo que se percibe no necesita más explicación, y constituye un discurso huero pretender que un movimiento natural de población impulsado por una vis tan atractiva como es mejorar considerablemente la calidad de vida, pueda contravenirse y frenarse a sí mismo de repente.

La historia humana está repleta de migraciones, la búsqueda de la Tierra Prometida es un mito perenne. Los moradores de los países del hambre vienen a Europa a buscar su pan y su oportunidad, como nuestros antepasados de posguerra fueron con lo puesto a otros países para la misma gestión.

En nuestro mundo “occidental” la diferencia de oportunidades que antes fue entre ricos y pobres, hoy es entre habitantes rurales y urbanos. Las ciudades, por pequeñas que sean, ofrecen posibilidades que ninguno de nuestros pueblos sueña con alcanzar nunca jamás. En los más pequeños núcleos los niños no disponen de actividades extraescolares, ni sociedad, ni posibilidades de aprender otro idioma. En invierno se hace de noche a las cinco de la tarde y en las calles no queda un alma, no hay escaparates, ni tal vez otros niños para compartir unas patadas al balón después de una atareada tarde de deberes escolares. Es lo que hay, es lo que tiene.

Las mujeres sueñan con un curso de algo, un motivo para salir de la casa y echar una parlada en tan solitaria vida. Las mañanas se pasan rápidamente haciendo la compra y la comida. Sin embargo las tardes…, las tardes son interminables, a las ocho el bajón de glucosa atenaza bajo una inconfesable forma de pequeña depresión que no se cuenta a nadie, pero hace desear que cuanto antes llegue la hora de acostarse para pasar ese mal rato solitario e invernal. Porque si para alguien es especialmente inhóspito el mundo rural es para las mujeres, por eso ya casi no quedan, a la primera oportunidad promueven el traslado de la familia a la ciudad, como renacer a una nueva vida llena de opciones y posibilidades.

Si el pequeño pueblo está próximo a buenos servicios médicos y comerciales, seguro que triunfa para los retornados. Aquellos que salieron ante la necesidad de buscar una vida mejor y que siempre soñaron con volver a recuperar el tiempo perdido en la lejanía. Vuelven y en muchos pueblos, a pesar de ser mirados con recelo por los que se quedaron, toman las riendas de la animación social, forman peñas, convocan meriendas, rinden homenajes a los mayores, sacan de casa a las mujeres y prestan una actividad insólita, desenfadada y cosmopolita, aceptada entre miradas de reojo y desconfianza por los oriundos de pedigrí que no tuvieron que abandonar el barco cuando hacía aguas.

Se puede y se debe mejorar y ampliar la calidad de los servicios públicos en los pueblos para atender a la población residente en sus necesidades concretas, pero los milagros escasean, los nativos que dan clase de inglés no llegarán, ni las piscinas climatizadas, ni los equipos de baloncesto, y cuando alguien crea algún puesto de trabajo es muy difícil encontrar trabajadores que lo pretendan.

Es preciso perfilar el discurso de la despoblación, lo que no se hizo hace veinte años ya no tiene remedio, el tren que pasa no da marcha atrás para recoger viajeros distraídos. Nuestra comunidad cuenta con 2.248 municipios y 2.226 entidades locales menores, de todos ellos, más del 80% tiene menos de 500 habitantes. La cuenta sobre el futuro se hace pronto, mal que nos pese. Es lo que hay, es lo que tiene.  «Periódico CARRIÓN, 1 de noviembre de 2008»

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