“El déficit democrático en el seno de los partidos culmina en el desprestigio de la clase política”
Definición: Gerundio de cupular, verbo transitivo: Dícese de la actividad que desarrollan los individuos que integran las cúpulas (*). No se refiere en éste caso a las cúpulas como elementos arquitectónicos, sino más bien a los elementos que componen las denominadas cúpulas de poder, sobre todo en los partidos políticos, que es la aplicación usual más frecuente del término cúpula cuando se habla de decisiones.
Las dos más grandes y representativas organizaciones políticas de nuestra democracia, PSOE y PP, se encuentran ahora inmersos en lo que pomposamente denominan “procesos congresuales”.
Cada ciclo electoral conlleva la necesidad de analizar resultados, fallos y aciertos, juicio a los candidatos y a la gestión de los electos que han ostentado cargos de poder, buscar responsables de las pérdidas, hacer rodar cabezas de turco que casi nunca coinciden con las de los verdaderos causantes bien parapetados en una enmarañada red entretejida a base de prácticas a veces de dudosa ortodoxia.
Por otro lado, de estos procesos saldrán ratificaciones sospechosamente unánimes o renovaciones más o menos pactadas y negociadas entre los grupos de presión internos, cuando no por mor de la designación directa de heredero impuesta por el antecesor para seguir conservando, longa manu, la posibilidad de seguir acariciando poder. A veces y en niveles de alta decisión, los candidatos a ostentar cargos orgánicos, es decir a desempeñar poder dentro de la propia formación, pueden incluso ser los patrocinados de lobbies externos que buscan la complicidad del partido para defender sus propios intereses, lo que se conoce como cabildeo.
Normalmente, ganar unos comicios discutidos otorga patente de corso y hasta casi diríamos derecho de pernada dentro de las propias filas. Pero a causa de las debilidades humanas, que en el desempeño de los cargos de poder parecen superar con creces a las virtudes, la perdurabilidad va conformando una maraña meticulosamente entretejida que consiste en asegurarse un número adecuado de palmeros al mismo tiempo que se catapulta a la marginalidad a quien tenga algo que objetar a la actividad cupular. A fin de cuentas no es más que la aplicación de las leyes físicas, la fuerza centrípeta atrae en torno al centro a los halagadores incondicionales, y la fuerza centrífuga aleja disparados a los que no se tragan la bola de sebo.
Cuando la maraña se descontrola avanzando por caminos tiránicos y las artimañas llegan a rozar límites delictuales (coacciones, amenazas, acoso, manipulaciones), cuando se produce la huida o expulsión orquestada de elementos testigos que no están dispuestos a asistir a la destrucción del proyecto común que debiera guiar a los cupulantes según la encomienda de las bases, cuando el anquilosamiento hace garra en los cargos que ocupan sillones remunerados, es el momento de romper el silencio de los corderos y negarse de plano a asumir los collejazos y capones cupulares. Pero… sin telaraña toda rebelión suena a cacerolada para soto risa y escarnio por parte de los cupulosos, además de otorgarles argumentos de disfraz de democracia interna y libertad de expresión, a efectos útiles, inexistente.
Algo que solo preocupa en el seno de la militancia, cuando debiera ser un tema de mayor atención para los ciudadanos, pues no en balde de dichos “procesos congresuales” nacerán nuevos dirigentes y las directivas, objetivos y propósitos que las formaciones políticas pretenderán poner en marcha para servir al bien común. El déficit democrático en el seno de los partidos culmina en el desprestigio general de la clase política.
En algunos partidos cupulan los locales, en otros los autonómicos o nacionales, o de todo un poco, dependiendo de la decisión que haya que tomar. La penosa percepción que tenemos los ciudadanos es que los partidos políticos de nuestra democracia carecen hoy día del más elemental funcionamiento democrático interno. Los resultados de tales cacareados congresos darán la razón a quien o quienes hayan preparado mejor el montaje escénico, echando mano de cualquier medio, ya se sabe cuando el fin justifica los medios no caben valoraciones éticas, ni mucho menos criterios de capacidad, conveniencia al proyecto común, interés general, formación ideológica, etc. El “proyecto ilusionante” es pura palabrería teatral.
Al final del encuentro congresual una enmudecida y silente asamblea cuidadosamente seleccionada ad hoc, ratificará con abrumadora mayoría lo que -diga el partido- mientras en las mentes de los cupulantes resuena aquello que dijo el Rey Sol: -El partido soy yo-.
«Diario Palentino, 26 de octubre de 2008»
(*) Me lo acabo de inventar.