“Mientras tanto, el mundo se hunde bajo la dirección masculina, mucho más capaz para la competencia belicosa y soluciones de inmediatez que arrasan el substrato de supervivencia”
“Entre nosotras no hay problemas”, me dijo muy finamente en una ocasión una paisana a la que encontré trabajando en el Corte Inglés cuando fui a buscar unos zapatos del cuarenta y uno que rara vez encuentro en otros comercios. Yo, solícita, quise comprar algo de lo que me mostraba, casi más por cortesía que por necesidad, como suele ocurrir entre conocidas, y por no atrevernos a decir que no ante amabilidad extrema. Al tiempo de pagar apareció otra dependienta y marcó su código en la caja, yo alcé la voz para reclamar la operación para mi amiga, pero su respuesta la dejó sin la comisión y a mí con el objeto innecesario. Poco después la encontré y me confesó que había dejado aquel trabajo, no podía competir con tamaña agresividad.
Suele ocurrir que la competencia entre mujeres se manifiesta más fiera que con los hombres o de estos entre sí. Y es que a pesar de que somos algo más de la mitad de la población, la organización social nos deja mucho menos espacio para respirar. Imaginemos una pecera con una superficie oxigenada determinada, si compartiendo con los peces macho nos corresponde un treinta por ciento de superficie para capturar oxígeno, que es lo máximo real que se atribuye a las mujeres en nuestra dimensión social, quiere decir que para sobrevivir tenemos que pelearnos entre nosotras con un plus de agresividad para sobrevivir en ese pequeño recinto vital.
Hablar de “paridad” es una buena opción lingüística, mejor que el término “igualdad”. Caminar a la par, no dos pasos por detrás de los hombres y con la cabeza gacha como deben hacerlo las musulmanas. Paridad supone simetría, correspondencia, paralelismo, equivalencia o afinidad. La igualdad neta y pura no es justa por imposible.
Las mujeres mueren a manos de sus parejas, Cincuenta y tres en lo que va de año, a veces tres en dos días, y luego los asesinos se suicidan. Mejor que se suiciden antes de matar, así libran al mundo de indeseables mal nacidos. ¡Sí sus madres los hubieran abortado…!
Las cárceles están llenas de delincuentes hombres, apenas un siete por ciento de su población es femenina. Los más graves accidentes de circulación los protagonizan hombres, tal vez porque numéricamente son más los conductores que las conductoras pero las aseguradoras, que no están para perder dinero sino para ganarlo y mucho, cobran un porcentaje menos por las pólizas de ellas que de ellos. Las mujeres somos más longevas, perderíamos también años de vida si reclamáramos la igualdad sin más matices. Nosotras parimos, creamos vidas nuevas, eso nos satisface y nos esclaviza.
Todos tenemos claro donde estamos, nosotras y ellos. Pero entre nosotras ¿Tenemos un código de conducta interna?
El debate aún vivo de los últimos años, en que se plantea como contrapuestos los criterios de “cuotas” o “capacidades” tiene muchos matices. ¿Son más capaces los hombres que las mujeres?, cualquier demócrata políticamente correcto diría que no. Entonces, ¿porqué hay tantos hombres llenando las planas de las noticias del mundo?, -Porque las mujeres no quieren asumir responsabilidades-, dicen los cínicos y se quedan tan anchos con la conciencia lavada a base estropajo de esparto y asperón. Si se supone que las capacidades de las personas, de los seres humanos no tienen una determinación por razón de sexo, raza, religión, y otros elementos discriminatorios, se supone que la presencia en puestos de responsabilidad estaría equilibrada sin necesidad de aplicar cuotas obligatorias.
Lo cierto es que en las fotos del G-8 la presencia masculina es apabullante. El mundo bajo la dirección de los hombres va camino a la deriva. Casi mil millones de hambrientos, una crisis económica que aumentará considerablemente esta escalofriante cifra en muy poco tiempo, focos perennes de guerra que salpican el planeta sin aparente solución, limpiezas étnicas permanentes, más producción de mercado de armas en vez de medicamentos accesibles.
Y entre medias la utilización de las cuotas para colocar a algunas mujeres florero, que como gallinas cluecas acompañan a los gallos, únicos con micrófono disponible y posibilidad de hablar, para que callemos las demás y no molestemos reclamando igualdad. Y así nos tenemos que conformar, algo es algo, llegar a la mesa de la rueda de prensa aunque sea, de momento, como otra forma de decoración ambiental. Mientras tanto el mundo se hunde bajo la dirección masculina, mucho más capaz para la competencia belicosa y soluciones de inmediatez que arrasan el substrato de supervivencia, y además con la colaboración de mujeres bien alimentadas que llegado el caso no levantan la voz por temor a perder ese estatus graciosamente otorgado por los hombres del poder. En ese juego “maquiavélico” nos llegamos.
Vaya por delante un ejemplo de valía y capacidad: Ángela Merkel. Y como ilustración el comentario sobre su valía, un telemirón en un bar dijo según la vio en las noticias: -¡Di que sí tía, tú sí que tienes cojones!- «Diario Palentino, 19 de octubre de 2008»
*Foto: Oleo J.M. Cotrino