“El humor negro todavía no tiene presencia, es preciso asimilar la desgracia para poder reírse uno de ella”
¿Y porqué no? Eso decía mi abuela cuando te cascaban un suspenso, por supuesto siempre “inmerecido”. Si la cosa se iba poniendo ya muy fea y se te acumulaban multitud de contratiempos, te consolaba: “Cuando las cosas no se pueden poner peor es un síntoma de que van a empezar a mejorar”. Gracias “Abue”.
Con el triste otoño encima, que nos adelanta un largo invierno más triste todavía, porque este año además del sol faltarán en las calles la alegría del sumo consumo y la sonrisa de la holganza, aún no sabemos en realidad qué alcance va a tener la crisis, ni qué duración. De momento se llevó el optimismo y ese sentimiento de prosperidad que tan bien sienta al cutis y al aspecto.
El cuchuchú rutinario de las esquinas y tertulias se ha convertido en: -¿No sabes?… XX cerró, AA anda que no paga, CC en la cuerda floja- Y las caras circunspectas ganan terreno. Hace algunas lunas que los chistes y las bromas han desaparecido, como barridos, de las juntetas de amiguetes. -¡No es broma!- dice alguno muy seriamente refiriéndose a la situación. Y lo peor de todo es que la psicosis que se ha adelantado a las verdaderas situaciones difíciles, ensombrecen aún más un panorama que no se presume nada halagüeño.
El humor negro todavía no tiene presencia, es preciso asimilar la desgracia para poder reírse uno de ella. De momento estamos entrando en la consciencia.
Los hosteleros relatan sotto voce las bajas en su recaudación de caja de las últimas fiestas y con rictus de dolor ajustan su plantilla a los nuevos tiempos que se avecinan, por su lado los distribuidores se quejan de que algunos hosteleros ya no les pagan con la prontitud de antes.
Los promotores no saben si seguir poniendo ladrillos en las obras empezadas o dar carpetazo, lo que haya que perder perderlo pronto, pero es mucho lo que está en juego, las inversiones en solares edificables financiadas con aquél dinero barato que hoy se ha puesto caro, comen a la mesa. Peor se quedan los autónomos de oficios que han ido adelantando materiales, trabajo propio y salarios de sus pinches, que han montado cocinas de obra, o son caravisteros, alicatadores, electricistas, que venían cobrando mediante pagarés que el banco les descontaba, ahora ya no hay adelantos, y mientras pasan los días miran esos papeles de salvación con el resuello en suspenso hasta que llegue la fecha de vencimiento para ver si los cobran y poder volver a inspirar a pleno pulmón o quedarse en la ruina de la asfixiante respiración clavicular por mucho tiempo.
Tanto que denostamos el trabajo, tanto decir que nos jubilen, que no queremos madrugar ni aguantar al jefe, ni estar en el tajo, que estamos malitos, que nos den una baja, que sufrimos mobbing laboral, depresión y otros males del mundo de la abundancia, los dioses se han enfadado y nos han enviado un monstruo al charco de ranas para que nos aterrorice y ponga orden ante tanto desmán.
Al ver que los chinos trabajaban entre diez y trece horas diarias durante seis días a la semana, ingenuamente y con mi mentalidad reclamante de derechos tipo occidental, pregunté a mis acompañantes si es que no existían los sindicatos, con ojos extrañados se volvieron hacia mí y con paciencia me respondieron, -Aquí los trabajadores piden más trabajo para ganar más dinero y poder vivir mejor- ¡A callar lo pequeños!
Tiempos hubo en que bendecir el trabajo era una rutina cotidiana, tener una ocupación estable se consideraba una suerte digna de agradecer y un motivo de orgullo, llevar tantos años en la empresa simbolizaba una valía y un reconocimiento profesional. Desde que se instituyeron la cultura de los contratos basura, las relaciones laborales encubiertas y la mentalidad aviesa de cotizar justo para el desempleo, consideramos el trabajo un castigo, y el tiempo que le dedicamos una pérdida.
La pésima gestión económica de los líderes políticos mundiales montados en un fatuo liberalismo de bonanza fantasmagórica, tendrá que resolverse una vez más a base del trabajo y el sacrificio de quien más tendrá que soportar para sobrevivir. «Diario Palentino, 12 de octubre de 2008»
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