“Casi nadie habla de ellos, no son ruidosos ni estridentes, se insertan silenciosamente entre nosotros”
La historia humana está jalonada de invasiones. Por causa de necesidad o por pura ambición, las conquistas de todo tipo son inherentes a la raza humana. Los animales se conforman con el territorio o el alimento que les permite sobrevivir. Supervivir es sólo connatural a la especie humana, y así tenemos que demostrar la superioridad disponiendo de más que los demás. Más bienes, más poder, más espacio, más de todo.
Los pobres solamente tienen y pueden presumir de más efectivos, más gente. Pero como siendo más tocan a menos, y los que son menos se tienen repartidos casi todos los bienes de la tierra, resulta que donde no hay orden se pone solo.
Las migraciones de población no son un fenómeno nuevo, ni tan siquiera es verdad que vaya en aumento. Somos seres migratorios desde que aparecimos sobre la faz de la tierra. Migraron los cromañones y los atapuerquenses. Hasta nuestros días nos movemos solos o en manada para buscar mejores de condiciones de vida, nos mudamos de casa, de ciudad, de familia o de trabajo. Somos seres migrantes.
En las grandes corrientes del último siglo, cuando el abismo económico y cultural entre los países superdesarrollados y los superempobrecidos ha abierto el insalvable tajo del hambre, las migraciones son tal vez, más masivas que nunca. Entre una muerte segura a causa del hambre, e intentar sobrevivir a cualquier precio, no hay duda. Ante nuestra propia crisis, que para muchos conciudadanos no consiste más que en la reducción del bienestar y el lujo, pero para otros muchos va a ser una verdadera situación de necesidad y preocupación si empieza a faltar el trabajo, los cayuqueros han dejado de ser noticia de primera plana.
Tememos al hambre porque trae violencia. Los estados de necesidad hacen saltar las barreras de la ética, no con más facilidad que la avaricia, pero sí de forma más llamativa y dispar. Aumentarán los hurtos del alimento o de los productos de primera necesidad, renacerán los estafadores y las mentes ávidas espabiladas por el hambre, pero la banca no perderá, ya lo dice Botín, ante la amenaza de la crisis su entidad cerró el ejercicio con beneficios históricos nunca vistos. En esta nuestra extraña sociedad, si tocan a ganar siempre ganan los mismos, si tocan a perder, tal cual.
La musulmanía nos pone los pelos de punta por las connotaciones violentas que conlleva y por su agresivo proselitismo, siempre en guardia y no dispuesto a ceder un ápice en aras de la integración en la sociedad que les acoge, y a la que no se plantean más que reconquistar como derecho propio y por orden de Alá.
Pero junto a la inmigración hermana de Iberoamérica, a las pateras y los cayucos del continente vecino, a los ciudadanos del Este europeo entre los que hay de todo como en botica, también están los chinos.
Casi nadie habla de ellos, no son ruidosos ni estridentes, se insertan silenciosamente entre nosotros, no nos imponen nada, abren sus negocios, de los que viven un indeterminado y variable número de personas que trabajan de sol a sol, y siempre tienen parientes en la trastienda. Son introvertidos y misteriosos, no revelan nada de sus vidas ni de sus sentimientos. Son herméticos, casi invisibles, pero vienen, y muchos. No tienen una religión común, lo que supone menor peligro, pero sus costumbres y tradiciones ancestrales les mantienen unidos a su origen con un férreo cordón umbilical. Son obedientes y disciplinados. Suman más de mil trescientos millones de almas en despegue y les gusta mucho el mundo occidental. «CARRIÓN 1ª quincena octubre 2008.«