“Con la cadencia de su tono meloso cuentan sus desventuras como si fuera una suerte su vida”
El temor a que nos engañen nos convierte en agresivos, hace que desembarquemos en el mercado con cierta aprensión, con cuidado, con las garras extendidas, por si acaso. Y tememos porque en realidad nos engañan, no son imaginaciones infundadas.
Encuentro a una amiga que vuelve de pasar una larga temporada en Centroamérica. Atentamente escucho su relato y deduzco que la vida allí consiste en un panorama de necesidades sin límite, la mayor parte de la población no tiene acceso al médico ni a la comida, apenas a la ropa, la seguridad en las calles es un sueño irrealizable, no saben si temen más a los maleantes o a la policía, y sin embargo con la cadencia de su tono meloso cuentan sus desventuras como si fuera una suerte su vida.
“Te han jugado vivo”, le dicen a uno cuando le engañaron bien. Y lo más sustancioso es que la trampa, la engañufla se la puso su propia madre, su hermano o su íntimo amigo. Le vendió un celular (móvil) hueco, o le cobró una comisión por una gestión que no hizo, o le quitó el trabajo porque rebajó el salario, le tomó prestado el carro y lo estrelló. Todo vale para sobrevivir, eso sí, en buen tono, con cariño, entre canción y canción, y tan amigos.
No está claro si es una forma de ser tropical o es producto de la necesidad contra viento y marea. Lo cierto es que esos procedimientos se exportan y transportan con sus habilidosos practicantes. Cuando cruzan el gran charco para llegar a trabajar a Europa traen debajo del brazo sus costumbres más arraigadas, ellos y todo viajero, también los marroquíes y los subsaharianos. Igual que los ingleses o los alemanes se ponen a cervezas repletos cuando veranean en las costas. Cada cual con sus manías. También nosotros las llevamos, y no son pequeñas.
Pero lo curioso del trampeo es que enseguida se adapta a las condiciones del lugar. Conozco una mujer que tiene previsto para cuando vaya a su país de vacaciones, contraer matrimonio con un hombre “mayor y feo”, según ella misma califica, para traerlo por agrupación familiar, ni qué decir tiene que no piensa hacer con él vida marital.
Dice hacerlo por favor, porque se lo ha pedido su madre, que tiene al hombre en gran estima, porque la presta ayuda y la lleva al médico. Lo cierto es que en ese matrimonio de conveniencia alguien va a cobrar unos seis mil euros, y lo peor de todo es que puede que no sea la casada. El hombre no podrá trabajar por un tiempo porque no tiene permiso de trabajo solo de residencia, pero todo está previsto, le manda al campo a cuidar ovejas y listo. Pasado un tiempo, abogado de oficio, divorcio y si te he visto no me acuerdo. ¡Qué se va a hacer! Tenemos que trillar con ello.
Lo primero que hace un inmigrante cuando quiere traer a alguna persona de su país es informarse de los cauces legales directos. Vistas las dificultades enseguida encuentran la trampa y a quien conoce los vericuetos del papeleo. Las mafias de “los papeles” circulan por todos lados, da igual que se desmonten hoy, recrecen mañana en la cabeza de un tiñoso. Suelen tener tarifas fijas, aunque los hay más caros que ofrecen más garantías y otros baratos que no se sabe bien que pasará en el traslado. Eso no es novedad, lo vemos todos los días, por desgracia.
Y por otro lado, tampoco se puede hablar mucho de los demás cuando a diario, en esta latitud continental, la de los listos, también “nos juegan vivos” a diario. Con aires de seriedad nos cuelan la fullería los operadores de telefonía o de Internet, o los bancos, o las aseguradoras, o cualquier compañía de mucha envergadura, imponentes anuncios, que te invaden la vida privada por conducto telefónico o postal, y te responden en off mediante una línea de desatención al cliente que nunca resuelve nada, nos hace gastar la llamada y nos entretiene hasta ponernos de mal humor. Y ocurre todos los días, aunque hemos firmado un contrato legal de adhesión. En qué se diferencia unas trampas de otras. Solo en la forma.
Sirva como consuelo la versión de mi amigo Valentín, -el dinero nunca se pierde, lo que no está en tu bolsillo está en el mío. «Periódico CARRIÓN, 16 de septiembre de 2008»