“Aunque fatalmente caigan los mismos que en cada operación retorno o en un mal día de cayuco”
La mala estrella les dejó sin hálito de vida en un instante, como es propio en la muerte accidental. Tal vez iban de vacaciones después de un largo año de trabajo, o volvían, o querían conocer mundo, quién sabe.
Los humanos somos móviles autopropulsados por voluntad propia, nadie dirige nuestros pasos, al menos eso creemos y disfrutamos creyendo que nuestra libertad es muy superior a la que es en la realidad, pues al cabo no llegamos a discernir tan siquiera si nuestros deseos y decisiones son propios o imbuidos de algún modo desde el exterior que nos entra por alguno o varios de los sentidos.
Cada fin de semana más o menos vacacional decenas de seres humanos dejan su vida despellejada en el asfalto de alguna carretera. Son muertes aisladas, sufridas con dolor por familiares que no se conocen entre sí, que no comparten un espacio físico común, que es imposible que reclamen o protesten unidos, o coincidan con los otros familiares de los otros desgraciados que murieron casi al mismo tiempo pero en lugares y siniestros diferentes.
Ya lo escribió el poeta Goytisolo, y cantaba Paco Ibáñez: “Un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada,
no son nada”.
Y sin embargo tampoco se trata aquí de una mera cuestión numérica, es algo mucho más simple y mucho más triste. Porque muchos días decenas de hambrientos africanos perecen en el mar después de prolongadas agonías y tormentos, con hambre, sed, deshidratación, perdidos en la deriva de su desconsuelo, viendo como los otros navegantes del cayuco tiran a sus hijos muertos al mar, en el tortuoso recuerdo de que el sacrificio de los pocos bienes y el endeudamiento de toda su familia morirá con ellos en ese interminable mar extraño que suponía el camino hacia una tierra prometida.
Para los medios de comunicación, los primeros se encajan en el dato numérico estadístico que facilita periódicamente la Dirección General de Tráfico. Si acaso algunas estampas escabrosas de aparatosos vehículos accidentados, cuantos más detalles morbosos contenga el acontecimiento más tiempo proporcional de dedicación. Lo que se dice suministro de información a la demanda.
Los ¿ilegales? africanos suelen abrir los espacios informativos con imágenes del rescate y las subsiguientes declaraciones de las autoridades receptoras quejándose de la avalancha, de la falta de medios personales y materiales y de que nadie les hace caso en la soledad de su problema.
Pero un accidente aéreo es una catástrofe mayor. Aunque fatalmente caigan los mismos que en cada operación retorno o en un mal día de cayuco. Las diferencias son importantes. Frente a los primeros están todos juntos, frente a los segundos es que no son “ilegales”, cuando por “ilegales” se entiende ser negro, hambriento y desgraciado. Los muertos en accidentes llamativos se convierten en famosos. Sus nombres acaban figurando en placas conmemorativas.
Ningún político ni de altura ni de bajura ni de pueblo se digna montar un show mediático apareciendo en la foto con crespón negro y casi encalomado en el ataúd cuando se trata de enterrar a un ciudadano común fallecido en accidente solitario, y mucho menos si los muertos son además muertos de hambre que no votan aquí y cuya desaparición es tan silenciosa y humilde como lo fue su propia vida.
Una cosa es que las autoridades competentes se dirijan personalmente al lugar de los hechos acaecidos bajo su jurisdicción para poder tomar conciencia e impulsar y arbitrar los medios más ágiles para afrontar la desgracia, y otra muy diferente es que cualesquiera otros personajes públicos atraídos solamente por el reflejo ego-mediático monten escenarios de contrito dolor más patéticos que hirientes.
Tomen nota quienes siempre quisieron se famosos y no sabían como hacerlo. Para ser protagonista póstumo y que la familia se vea coreada por la prensa y besuqueada por los políticos hay que morir en un gran accidente, cuanto más espectacular más mediático, cuanto más mediático más políticos en los funerales. Sin foto no hay consternación, la agenda está muy apretada. Pero ojo, hay que se “legal” y votante. Mientras tanto líbrenos el cielo del día de las alabanzas. «Diario Palentino, 31 de agosto de 2008»