“La tercera guerra mundial vendrá por el hambre, dijeron los geopolíticos a mediados del siglo pasado”
No me refiero a Marte ni a Júpiter, sino a los mundos menores, a los mundos del hambre, a los mundos invisibles de los nadie, que diría Eduardo Galeano:
“Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
Cada día en nuestras costas aparecen cadáveres de los nadies, niños, mujeres, o adultos, ¡qué importa! ¿A quién importan? Ni los suyos tal vez lleguen a saber de su destino, bocas que se fueron en busca de alimento y dejaron su mísera ración para el reparto.
En la antigüedad se hablaba de castigos divinos cuando los gobernantes abusaban del poder, o eran malos con sus pueblos. En nuestro siglo XXI, la maldición va viniendo en la triste forma de cayucos y pateras cargados de moribundos a la deriva, porque cuando salieron de su aldea ya estaban muertos, la desesperación los había aniquilado.
La tercera guerra mundial vendrá por el hambre, dijeron los geopolíticos a mediados del siglo pasado, pero nadie escucha a los profetas de la desgracia y del mal agüero cuando la opulencia nos tapa los oídos y los ojos. En el mundo rico nos cerramos enrocados en nuestras vigiladas fronteras para no dejar venir a los pobres a reclamar lo que nos hemos llevado, lo que nos sobra, lo que les falta porque nuestra abundancia procede del espolio de lo suyo.
La solución no es sencilla, las medidas restrictivas suenan egoístas, la planificación crea límites de muy difícil interpretación. La presión del hambre aumenta cada día al ampliarse las redes de la especulación con los alimentos. Alguien, algunos o muchos, se está enriqueciendo, y no son los productores.
Parece que hemos llegado a un punto muerto en cuanto a soluciones. Cuando hace cincuenta años se comenzó a tomar conciencia de los derroteros que tomaban las diferencias regionales a escala planetaria, las soluciones parecían sencillas: un reparto justo de la riqueza, la protección de los mercados nacionales, la estatalización de los monopolios y bienes de primera necesidad, las aportaciones del 07 por parte de los países más pudientes, la condonación de la deuda externa, etc. No ha servido ni de paños calientes.
El fracaso es absoluto, el hambre avanza imparable como jinete del Apocalipsis, la corrupción interna de los gobiernos también, y para mayor sorna y vergüenza tiramos la leche por las alcantarillas y el grano excedente al mar. ¡Ojala nuestros hijos no tengan que pagar la culpa! Un hervidero humano con hambre de alimento y de justicia, y bien armado es una fuerza incontenible, no se sabe hasta donde puede llegar. www.elisadocio.com
FOTO: La supervivencia del más obeso. Esculturas expuesta en la cumbre de Hong Kong. La Justitia, representa al mundo rico y un sentido equivocado de justicia. Según Glaschiot, simboliza también cómo percibe el tercer mundo a los países ricos.