Tolerar e Intransigir II/II

“Tenemos derecho a exigir no ver ni soportar delante de nuestros ojos los símbolos clamorosos de una brutal desigualdad”

Hacer oposición política con temas fáciles convertidos en armas arrojadizas nos puede acarrear muy graves consecuencias de futuro. El tratamiento del asunto de la inmigración tiene meollo suficiente para convertirse en objeto de pactos de Estado.

Necesitamos la mano de obra inmigrante para hacer aquellos trabajos que en nuestra oferta de empleo no tienen aceptación por los nacionales, así de cruda y prosaica es la realidad. Pero debemos acomodar bien en nuestra sociedad a los recién llegados. Por ósmosis, los que vienen aprenderán nuestra organización y nosotros de ellos esas otras formas culturales que desconocemos o solo tenemos noticia por los documentales. El saber siempre enriquece y amplía las miras, por tanto nos entrenamos en transigir.

Pero ¡Ojo! No podemos en ningún caso y bajo falsos disfraces de tolerancia que muy bien quedan, poner en riesgo derechos esenciales que tanto tiempo, sudor y lágrimas nos ha costado conseguir.

Pongamos como tema candente el velo islámico en las mujeres musulmanas. Se habla, se discute, hay posicionamientos, sentencias, protestas, debates. ¿Porqué? por que no es una visera de béisbol, ni una pamela de playa, ni tan siquiera un sombrero tirolés. No es un retal textil de moda al uso, es todo un compendio cultural que aloja completa una concepción social, familiar y religiosa discriminatoria, desigual, subyugante y de dominación.

Ningún padre demócrata normal se dirige a los tribunales de justicia porque a su hija no la dejan entrar en clase con pamela, o con sombrilla o con algún tocado exorbitante que distraiga o entorpezca a los demás alumnos. Sin embargo, hay padres islamistas que hacen una auténtica guerra abierta, mediática e incluso judicial, contra lo que presuntamente tildan de discriminación, que es justamente la que ellos practican y contra la que la sociedad invadida se defiende tibiamente haciendo un sacrificado ejercicio de tolerancia y paciencia.

Los demás tenemos derecho a exigir no ver ni soportar delante de nuestros ojos los símbolos clamorosos de una brutal desigualdad. ¿Qué derecho ha de poder más? ¿El que ellos no se otorgan ni el seno de su propia organización social y familiar?

El pañuelo es proselitismo puro y ostentación del poderío macho. El empeño en ponérselo y mantenerlo en público trasluce el portar siempre encima de la cabeza el yugo de la inferioridad de género y el afán prosélito de su fe. Tal es así que en Turquía, país medio europeo medio oriental, que va y viene de la occidentalidad a la religiosidad ancestral sin encontrar acomodo definitivo, el velo islámico se ha convertido en asunto de Estado y obstáculo a la europeización, que complica y divide instituciones, estamentos y familias.

Y no sirve la comparación con el tocado de las religiosas ni otros hábitos grupales elegidos y portados libremente por personas adultas en el pleno uso de sus facultades de decisión. No hay niñas monjas. En la edad adulta cada uno se pone los límites que le convengan.

Aunque no sea políticamente correcto, aunque suponga un posicionamiento reconducible demagógicamente a algún calificativo duro, las mujeres españolas, europeas, feministas, demócratas, defensoras de la libertad y de la igualdad por encima de todo, debemos tener claro que no vamos a consentir ni un ápice en la merma de nuestros logros, ni un átomo de desigualdad alojada en nuestras escuelas bajo el cobijo de la bandera de la libertad personal y de culto, mancillada e instrumentalizada por quien exige, utiliza y no da.

Y solamente nosotras, como siempre, podemos defender el territorio de la igualdad porque detrás de tanta progresía de boquiqui y foto se esconde aún mucho “valiente”, que en su fuero interno y a calladitas no llega a comprender ni asimilar la igualdad, incluso aplaudiría mentalmente esas pequeñas y peligrosas mermas que a las mujeres europeas nos supone admitir generosamente y tolerar lo inadmisible que otros hombres nos imponen a través de sus mujeres.

El renglón de la integración cultural hay que escribirlo despacio y con buena letra. Vamos a discernir con cautela hasta donde podemos tolerar lo intolerable, cada paso atrás en la igualdad es doble pérdida, lo que se atrasa y lo que no se avanza. Periódico CARRIÓN, www.elisadocio.com

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