«Si hemos cuidado nuestras amistades las tendremos cuando llegue la hora de descansar de las responsabilidades que nos han entretenido la vida»
El tiempo y las circunstancias van dictando avisos, medidas preventivas, alarmas. No hagas, no digas, no manifiestes tu opinión, no te cuentes, todo se sabe, luego dirán, etc. Nos vamos cerrando en una fortificación autoconstruidas, y la misma evolución van incorporando a su personalidad los demás niños que conocíamos de nuestra edad y entorno social.
Últimamente los expertos hablan mucho de la gravedad de las «Bolsas de soledad». Adultos, personas mayores que viven solas, más en las ciudades que en los pequeños núcleos rurales, que pasan días enteros sin ver a otros congéneres, sin conversar, sin intercambiar ninguna comunicación oral, visual, táctil, etc.
Ese miedo a los demás, a lo que nos puedan hacer, al mal que presuntamente nos puedan causar, es el que nos encierra. Es lógico que después de una larga vida de haber comprobado que tal vez algo tenían de cierto las advertencias de nuestros experimentados mayores, y sus subjetivos consejos, encerremos nuestros pensamientos y emociones a salvo de mirones, cotillas y fisgadores de lo ajeno con fines de insana curiosidad.
Con el tiempo pagamos cara renta al defensivo aislamiento, la soledad. Se envejece como se vive. Si la salud física cuando nos hacemos mayores es la conclusión de nuestros cuidados anteriores, la salud social tiene la misma trayectoria y procedencia, si hemos cuidado a nuestros amigos los tendremos cuando llegue la hora de descansar de las ocupaciones laborales que nos han entretenido la vida y disfrutar de su sosegada compañía.
Porque los viejos amigos, aquellos que conocemos con ese lacónico «desde siempre» o casi desde siempre, o desde hace muchos años, son al final los que sabemos como son por dentro, antes de que sus murallas defensivas crecieran como las nuestras, encerrando dentro la sensibilidad, los buenos sentimientos, la genialidad, la espontaneidad, la opinión directa y sin tapujos diplomáticos para decir lo que pensamos.
De la familia unas partes son elegibles y otras te vienen impuestas porque nadie nos ha preguntado, en cambio las amistades son siempre elegibles y disponibles, forman parte de nuestro círculo sólo y durante el tiempo que queremos. Y querremos siempre que la relación sea rica, sincera, honesta y tranquila.
Cuando ya parece que estamos de vuelta de la vida, cuando hay momentos que cunde la desilusión o los problemas se multiplican alrededor, llega un amigo, una amiga y nos dice, «Cuenta conmigo para los que necesites y yo pueda hacer». Es una experiencia emocional indescriptible a edades en las que el caparazón parece haberte puesto a cubierto de todo sentimiento confundido con debilidad.
Si seremos mañana lo que comamos hoy, las buenas relaciones personales que hayamos cultivado durante nuestra vida serán al bálsamo de nuestra última etapa vital. Y es que, en la sociedad en que vivimos no hemos entendido bien que la vejez no debe confundirse con trasto inservible por dejar de producir bienes materiales para el consumo, muy al contrario es la etapa de plena sabiduría y espiritualidad para disfrutar sin tener que preocuparse de ninguna responsabilidad. «Periódico CARRIÓN, 1ª quincena de abril de 2008«
Comentarios:
1 – Ante todo, buenas noches, ya que es la primera vez que visito este blog.
Y después: ¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez los amigos no nos acompañen en la vejez, sencillamente porque se han ido quedando por el camino?
Un saludo. Senior citizen (Comment this)