«Las sociedades conservadoras necesitan gobiernos progresistas e innovadores para no hundirse en las telarañas de la nostalgia por lo tradicional»
Preguntado Juan José Millás por el debate Zapatero-Rajoy del lunes pasado, respondió que le había sugerido «una conversación entre el siglo XIX y el XXI». Con qué pocas y geniales palabras se puede definir un acontecimiento que no ha dejado boca cerrada ni pluma en su tintero.
Las sociedades no se construyen de piedras inmutables, son seres tan vivos como las almas que las componen, luego, no podemos pararnos a pensar en pasados superados con olor a rancio. El progreso, propiamente, siempre vino de manos y mentes curiosas y arriesgadas, no de conformistas.
Miguel de Unamuno, después de mucho merodeo teológico acabó concluyendo que «Dios existe por que yo necesito que exista», desde luego para ese viaje no necesitaba alforjas, pero a veces el camino más corto, la solución más sencilla nos saca del laberinto y nos lleva directamente a la conclusión que buscábamos. El remedio está en descubrir lo que necesitamos.
Las campañas electorales crean una maraña de discursos contradictorios que el final hacen dudar sobre quien habla con razón. Las verdades y las mentiras se solapan en la casuística y la oportunidad. La solución, una vez más, es muy sencilla, sin bajar a los detalles, las corrientes ideológicas mantienen un fondo que las distingue entre sí unas de otras. Simplificando: conservadurismo o progresismo será la base de toda política posterior cuando se esfumen los disfraces de captación de votos. Yo voto progresista porque necesitamos nuevos prismas que enmarquen en toda su dimensión la realidad de los avances sociales en la libertad, los derechos, la justicia social, la integración y la solidaridad.
Yo quiero poder vivir en una familia dinámica que disfruta o padece sus avatares, con sus golpes de suerte y sus contratiempos, en la que las personas sean libres de equivocarse y de rectificar, de recomenzar si es preciso, que no estén atadas con cadenas de acero para hacerlas permanecer juntas odiándose o asumir destinos casuales que no desean, sino porque se quieren y se respetan, no porque leyes materiales o morales las obliguen a perder el precioso tiempo de su vida haciendo y viviendo en la contrariedad y el disgusto.
Por que soy mujer y el progresismo me permite ser yo misma frente a todo y a todos, no quiero un pater familias en mi vida, no lo quiero ni lo necesito, ya basta de morder la almohada las mujeres. Quiero saber que soy libre de irme o de quedarme en una relación sentimental, que nadie mangonea mi cuerpo ni mi espíritu, ni decide por mí.
Y para ser libre debo tener siempre mis propios medios para vivir y no depender de nadie ajeno, preciso mi sueldo por mi trabajo, mi digna pensión de jubilación, mi asistencia sanitaria disponible, ayuda y atención si me quedo dependiente y que un alma caritativa pueda, sin temor, mitigarme el último dolor si me toca en mala suerte.
Nunca opté por ser la niña cursi que juega a ser princesa en una España casposa oliendo a naftalina, protegida y agobiada por un papá autoritario que dirige un discurso unidireccional bajo un supuesto respeto familiar tan simulado y «conveniente» como su doblez moral.
En las familias conservadoras radicales de la foto en blanco y negro que pinta la derecha tradicional, suele haber de todo menos verdad. Habrá muy «santas» familias, pero también abundan las de dudosa moralidad que esconden esposos respetablemente infieles, niñas con embarazos inconvenientes que abortan en ultrasecreto, adolescentes disolutos y silenciadamente vandálicos e irrespetuosos con los demás, negocios de aquella manera, y otros secretitos de los que se queme la casa pero no se vea el humo, para seguir yendo a misa con la cabeza bien alta.
Si la derecha nos gobernase de nuevo hoy en día, el retroceso sería inevitable. Volveríamos a una España clasista según posibilidades, nacionalidad o sexo, de jóvenes currantes con mini sueldos y «pizarros» sobrepagados que considerarían el salario de ministro como la propina del botones del hotel que frecuentan.
Volveríamos a ponernos de espaldas a Europa y bajo el yugo caprichoso del Bush de turno. Se congelarían otra vez las becas, las pensiones, la igualdad, el apoyo público a las diferencias, la investigación médica que luego tan cara nos venden en la medicina privada que propugnan y patrocinan. El envoltorio del programa del Partido Popular se esfumará la noche del día nueve, todos sabemos lo que contiene en su interior, y cuatro años de retroceso se hacen muy largos.
El discurso de quienes representan a la derecha española lleva en sí un mensaje triste y pesimista, la visión de una España oscura que no les gusta y a la que quieren corregir como un antiguo tutor a los menores, bajo el lema de siempre: «Las letras con sangre entran» ¡Autoridad! ¡Autoridad! ¡Autoridad! «Diario Palentino, 2 de marzo de 2008»