Política y gestión


«La precampaña inaugura el momento de los balances, la campaña las de las promesas, y la elección el de los hechos»

Cada vez que se aproximan unos comicios electorales, o lo que es lo mismo, el ejercicio democrático de examinar a los salientes y elegir el proyecto anunciado por los entrantes, se produce una especie de convulsión informativa en la que cada opción política intenta vender lo propio y desprestigiar lo ajeno.


Entonces es cuando los ciudadanos nos vemos envueltos en esa vorágine informativa de noticias contradictorias sobre los mismos hechos, versiones opuestas en las que una parte vende por bueno lo que la otra imputa por nefasto.

Es cierto que a veces cunde la deformidad en la transmisión informativa, pero los hechos, lo que se ve, lo que se palpa, llegan a sus destinatarios. La precampaña inaugura el momento de los balances, la campaña el de las promesas y la elección el de los hechos. Y entonces se nos presenta la ocasión de reflexionar sobre si es conveniente a los intereses de los ciudadanos el que todas estas escenas tengan los mismos y tan omnipresentes protagonistas y actores.

La democracia implica participación en la elección de un programa de gobierno, los ciudadanos con nuestro voto elegimos aquellos objetivos que queremos conseguir para la sociedad en la que vivimos. No obstante a las ideas hay que ponerles un rostro y una voz, los candidatos otorgan el aspecto físico y humano de las promesas, pero sobre todo deben asumir la responsabilidad personal de defender y ejecutar lo que sus partidos ofrecen.

En el ejercicio de la actividad de gobierno hay que observar dos perspectivas, una que vende el programa, otra que lo ejecuta. Política y gestión. Ideario político y realización. Para su materialización los equipos precisan dos tipos de personas, expertos en transmisión de ideas y comunicaciones y especialistas en gestionar, ejecutar y realizar lo enunciado.

Los ciudadanos se están rebelando y ante tanto escurrir el bulto exigen que se haga, da igual quien lo tiene que hacer, pero que se haga.

El pomposamente llamado perfil de los candidatos es el misterio mejor guardado de los partidos políticos, para que nadie se llame a ello y conservar la plena libertad a quien decide. Así suele ocurrir, que primero se selecciona el personaje al gusto y luego se explica el perfil que cumple, justificación redonda como anillo al dedo. Lo vemos cada día, desde el nivel nacional hasta el local. Quien decide alega que no hay candidato que no sea discutido pero hay proporciones nimias y otras que lo son de escándalo.

Más o menos desfiguradas, las propuestas de candidatos no suelen responder a criterios objetivos de valía ni capacidad personal, tampoco de conveniencia al enriquecimiento de la ideología, ni tan siquiera en beneficio de la formación política que los selecciona. Más bien hay otras razones hasta cierto punto confusas que mezclan sentimientos personales, cercanías, eliminación de amenazas o sombras, enclaustramiento en figurados bandos, orgullo, etc. nada que ver con el deber ser. Ni política ni gestión.

Por ejemplo: ¿A quién o qué interesaba dejar a Gallardon con el moco colgando? desde luego no al electorado, no a la causa del partido, no a la obtención votos. ¿Entonces…? «Periódico CARRIÓN, 1ª quincena Febrero, 2008»

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