«Una población colectivamente herida cuyo lema es «Varsovia no olvidará» .Polonia entera no ha olvidado ni quiere»
Un poco apartado de las rutas turísticas por el país polaco, se encuentra el llamado Refugio del Lobo. En un bosque recóndito de espesa vegetación y camuflado acceso, se encuentran las ruinas de una especie de enclave militar a base ruinas de hormigón de impresionante tamaño y configuración.
Fue la residencia habitual de Hitler y el puesto de mando del III Reich en la Prusia oriental durante 850 días desde 1941 a 1944, mientras continuaba su delirio imperial de la conquista europea y el establecimiento omnipotente del poder de la raza aria en todo el continente.
Una serie de vintinueve bunker, edificios construidos a conciencia, de hormigón armado y proporciones escalofriantes otorgan al espacio un aspecto austero, duro y marcial. En ese asentamiento construido con la exclusiva intención de establecer el cuartel general, se albergaba la propia familia del dictador, su séquito y guardia, sus lugartenientes y altos mandos de su estado mayor junto con sus familias. Hitler tenía miedo constante de sufrir un atentado y optó por camuflárse a la vista de la aviación enemiga.
Cada uno de los oficiales de alto rango disponía de un bunker con diversas dependencias de despacho y morada, con personal de servicio propio, el nº 11 lo ocupaba Martin Borman, secretario de la Chancillería, el nº 16, H. Göring, mariscal del III Reich, el 28, Fritz Todt, ministro de armamento y munición. El Bunker nº6 era l pabellón de invitados, en él se alojaron Mussolini, el rey Boris de Bulgaria, el regente de Hungría y otros grandes expertos militares en su visita al Führer.
El bunker nº 13, era la morada y despacho del propio Hitler. Medía 60 metros de largo por 36 de ancho y cuatro de alto dividido en dos plantas, con dobles muros de 6 metros de espesor. Un bunker para las comunicaciones, otro para los representantes de l aviación, otro para los de la marina. Despensas, cine, gabinete de prensa, etc.
A mayor gradación más segura construcción y viceversa. Pabellones anejos de simple ladrillo albergaban las habitaciones de las telefonistas, cocineros y otro personal de servicio, hangares de maquinaria y artefactos de guerra. Una vía férrea, también camuflada en la floresta y para uso exclusivo permitía la llegada de provisiones, comunicaciones y personal de rigurosa confianza que hacía los recados, nadie sin permiso podía abandonar el recinto alambrado y vigilado.
Como prototipo de dictador, Hitler temía constantemente ser en cualquier momento víctima de un atentado. Varios oficiales aliados, concretamente británicos dedicaron mucho tiempo a urdir un plan para asesinarle, desde envenenar el agua hasta asaltar el tren en que viajaba, un francotirador o hipnotizar a Rudolf Hess para que le matara, pero una contraorden del alto mando abortó el proyecto. Sin embargo días después, en el bunker nº 3 cuando Hitler esperaba la visita de Mussolini, se produjo el más famoso atentado, el día 20 de julio de 1944 un coronel del ejército alemán sublevado colocó una bomba en una maleta y la introdujo en la reunión de Estado. Por mala fortuna la maleta cayó al suelo e inconscientemente un oficial la colocó en un lugar más apartado del Führer, Hitler salió ileso y murieron cuatro oficiales. La represión fue brutal y sin medida.
La información que tenían los aliados para nada ubicaba a Hitler en ese bosque, sabían que se escondía pero estaban confundidos, como también lo estuvo el propio führer cuando creyó que había sido descubierto en su refugio, lo abandona y manda dinamitarlo. Poco tiempo después se suicidaría ante el temor de ser hecho prisionero a la llegada del Ejército Rojo a Berlín.
Como en el resto del territorio nacional, aquí también los polacos mantienen el recuerdo en forma de aquellas ruinas y las muestran a los visitantes propios y extranjeros como un hito más de memoria viva de la masacre que fue víctima la nación polaca.
La biografía del dictador más cruento de la historia de la humanidad se cuenta por doquier, las gentes la conocen, los niños. Con el dolor a flor de piel hablan de su sangre judía, de la brutalidad de su padre, del mermado coeficiente intelectual, de su vida mísera en los refugios para pobres, de su ser sanguinario y sin escrúpulos. También aquí lápidas y flores mantienen viva la historia aún caliente y reciente de una población colectivamente herida cuyo lema es «Varsovia no olvidará», Polonia entera no ha olvidado ni quiere. «Periódico CARRIÓN, 2ª quincena enero 2008»