«Sentarse al amor de la familia es el calmante de todos nuestros males, igual que tener buenos amigos es un seguro ante nuestras inquietudes»
Somos las personas sociables por naturaleza, pero todo ha de tener su justo punto. La vida de cara al exterior nos supone un estar diferente, más forzado de cómo nos manifestamos en zapatillas de estar en casa. Un exceso de vida social y de cara a la galería nos convierte en seres corteses pero vacuos, dicharacheros pero sin fondo.
Cuando nos levantamos y salimos de casa para no volver hasta el anochecer permaneciendo todo el tiempo rodeados de otras personas es como si nos vaciamos, cómo si volcáramos todo nuestro haber interno en una escenificación de papeles aprendidos y repetidos.
Representamos lo que los demás esperan de nosotros, controlamos nuestras reacciones más primarias y decimos lo que hay que decir, a veces lo que otros quieren oír. Ser personas amables, encantadoras, agradables, caer bien y crearnos un prestigio personal o profesional son las consignas que yacen en nuestro subconsciente hasta integrarlas en nuestro ser, de modo que hasta para nosotros mismos se confunden con la realidad de cómo somos.De vez en cuando tenemos que volver a la interioridad de pensar en nuestro ser interno, de sentirnos íntimamente, de escucharnos la voz interior, la que de verdad nos dicta lo que somos en esencia, lo que debemos hacer y como es nuestro entorno, sin fantasías inventadas, sin adornos, sin tramoya. Lo que se dice sentarse a sentirse.
Tal vez hubiera un tiempo en que de alguna manera la religión servía como técnica de interiorización, como cualquier otra de meditación. Hoy y a fuerza de instrumentarla propagandística e interesadamente, ésta ha pasado a formar parte de la tramoya ornamental, del paisaje de fin de año, como los anuncios del Corte Inglés. Según las estadísticas, para una importante cuota de la población su práctica se queda en una pose social, una rutina para que se vea por la vecindad, ha dejado de sentirse como tiempo de recogimiento y revisión personal, por mucho que algunos lo vociferen para proclamarse más buenos, más santos y en posesión de la verdad. Líbrenos el destino de los salvadores de almas que se publicitan.
En cualquier caso a mí siempre me pareció una parafernalia al servicio de unos pocos. Los belenes y demás aditamentos quedan bien como costumbre ancestral, como leyenda, igual que se conservan otras tradiciones que nos dan seguridad porque nos hablan de nuestras raíces, de la cultura de la que provenimos, de lo que también vivieron nuestros abuelos, de cuentos de la infancia al calor de la mamá o de la agüelita. Esos es todo, y ya es bastante.
Sentarse al amor de la familia es el calmante de todos nuestros males, igual que tener buenos amigos es un seguro ante nuestras inquietudes. Y flanqueados por esos cobijos nos sentimos arropados, valientes para poder con todos los obstáculos que van creciendo en nuestra senda. Una mano lava a otra y solo una persona puede ayudar a otra. Esa es nuestra riqueza y nuestro valor, lo que a veces olvidamos para anteponer pequeñas «mierdas» contaminantes de las relaciones humanas.
En ocasiones parecemos tan leves que una mota de polvo que se nos pose nos hunde, una maledicencia, un malentendido, un rebote, simples dimes y diretes, pueden acabar con una relación porque nos hemos hecho muy finos y al mismo tiempo nos hemos perdido el respeto debido en las relaciones corteses entre personas.
Si no tenemos un fondo enraizado nos dejaremos llevar por los nefastos usos esgrimidos en los programas basura. Cada día se difunden más esas formas vulgares y horteras de contestación de respuesta, de diálogo. Algunas personas más propensas las adoptan enseguida y nos da miedo hablar con ellas, porque no sabremos ni querremos defendernos en tan bajo nivel de conversación.
El frío del invierno castellano y el cabo de año pueden ser condiciones adecuadas para reflexionar sobre nosotros, sobre los nuestros, el entorno circundante y el destino planetario. Hay mucho que pensar.
Mi deseo para el 2008: Prosperidad bien repartida para todos los moradores de la Tierra. «Periódico CARRIÓN, 1ª quincena enero 2008